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N.º 5 - TOMO 96 - 19 DE MAYO DE 2016

REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY

DIARIO DE SESIONES

DE LA

ASAMBLEA GENERAL

SEGUNDO PERÍODO DE LA XLVIII LEGISLATURA

5.ª SESIÓN

PRESIDEN EL SEÑOR RAÚL SENDIC Presidente y EL SEÑOR GUILLERMO BESOZZI Primer vicepresidente

ACTÚAN EN SECRETARÍA: LOS TITULARES, JOSÉ PEDRO MONTERO Y VIRGINIA ORTIZ, Y EL SECRETARIO JUAN SPINOGLIO

SUMARIO

1) Texto de la citación

2) Asistencia

3) Asuntos entrados

4) Homenaje a los exlegisladores Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz al cumplirse cuarenta años de sus asesinatos

5) Levantamiento de la sesión

1) TEXTO DE LA CITACIÓN

«Montevideo, 17 de mayo de 2016

La ASAMBLEA GENERAL se reunirá en sesión extraordinaria el próximo jueves 19 de mayo a las 10:00, con motivo de rendir homenaje a los exlegisladores Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, al cumplirse cuarenta años de sus asesinatos, sucedidos junto a los ciudadanos Rosario del Carmen Barredo de Schroeder y William Whitelaw y, en circunstancias similares, a la desaparición de Manuel Liberoff.

Virginia Ortiz Secretaria - José Pedro Montero Secretario».

2) ASISTENCIA

ASISTEN: los señores senadores Ernesto Agazzi, Verónica Alonso, Patricia Ayala, Guillermo Besozzi, Carlos Camy, Marcos Carámbula, Leonardo de León, Álvaro Delgado, Luis Alberto Heber, Alberto Iglesias, Luis Lacalle Pou, Jorge Larrañaga, Rubén Martínez Huelmo, Rafael Michelini, Pablo Mieres, Constanza Moreira, José Mujica, Marcos Otheguy, Yerú Pardiñas, Ivonne Passada, Daniela Payssé, Viviana Pesce, Enrique Pintado, Lucía Topolansky y Daisy Tourné, y los señores representantes Pablo Abdala, Fernando Amado, Rodrigo Amengual, Oscar Andrade, Sebastián Andújar, Mary Araújo, José Andrés Arocena, Alfredo Asti, Claudia Azambuya, Ruben Bacigalupe, Julio Battistoni, Cecilia Bottino, Alejandro Brause, Carlos Cachón, Gloria Canclini, Felipe Carballo, Germán Cardoso, Andrés Carrasco, Carlos Coitiño, Walter de León, Claudia de los Santos, Darcy de los Santos, Paulino Delsa, Bettiana Díaz, Gabriel Duche, Guillermo Facello, Alfredo Fratti, Lilián Galán, Jorge Gandini, Macarena Gelman, Adriana González, Rodrigo Goñi Reyes, Alba Igarzábal, Omar Lafluf, Nelson Larzábal, Nicolás Lasa, Martín Lema, José Carlos Mahía, Enzo Malán, Alejando Martínez, Constante Mendiondo, Jorge Meroni, Orquídea Minetti, Manuela Mutti, Amín Niffouri, Néstor Otero, Ope Pasquet, Mariela Pelegrín, Alberto Perdomo Gamarra, Estela Pereyra, Carlos Pérez, Paula Pérez, Daniel Placeres, Iván Posada, Jorge Pozzi, José Querejeta, Daniel Radío, Valentina Rapela, Carlos Reutor, Conrado Rodríguez, Gloria Rodríguez, Alejandro Sánchez, Berta Sanseverino, Enrique Saravia, Enrique Sención, Washington Silvera, Laura Tassano, Javier Umpiérrez, Carlos Varela Nestier, Stella Viel, Nicolás Viera, Luis Ziminov y Antonio Zoulamián.

FALTAN: con licencia, los señores senadores José Amorín Batlle, Pedro Bordaberry, Germán Coutinho y Mónica Xavier, y los señores representantes Gerardo Amarilla, Gabriela Barreiro, Daniel Caggiani, Roberto Chiazzaro, Gonzalo Civila, Catalina Correa, Oscar de los Santos, Luis Gallo Cantera, Mario García, Oscar Groba, Graciela Matiaude, Sergio Mier, Susana Montaner, Gonzalo Mujica, Gonzalo Novales, Gustavo Penadés, Adrián Peña, Susana Pereyra, Darío Pérez, Luis Puig, Eduardo José Rubio, Sebastián Sabini, Mercedes Santalla, Víctor Semproni, Heriberto Sosa, Martín Tierno, Alejo Umpiérrez y Walter Verri; con aviso, los señores senadores Carol Aviaga, Daniel Bianchi, José Carlos Cardoso, Cecilia Eguiluz y Javier García, y los señores representantes Saúl Aristimuño, Elisabeth Arrieta, Mario Ayala, Graciela Bianchi, Armando Castaingdebat, Álvaro Dastugue, Wilson Ezquerra, Pablo González, Benjamín Irazábal, Pablo Iturralde Viñas, Edgardo Dionisio Mier Estades, Juan José Olaizola, Nicolás Olivera, Daniel Peña Fernández, Nibia Reisch, Silvio Ríos Ferreira, Edgardo Rodríguez, Carlos Rodríguez Gálvez, Nelson Rodríguez Servetto, Edmundo Roselli, Juan Federico Ruiz Brito, Jaime Mario Trobo, Tabaré Viera, María Pía Viñales y José Francisco Yurramendi.

3) ASUNTOS ENTRADOS

SEÑOR PRESIDENTE.- Habiendo número, está abierta la sesión.

(Son las 10:17).

–Dese cuenta de los asuntos entrados.

(Se da de los siguientes).

SEÑOR SECRETARIO (José Pedro Montero).- «El Poder Ejecutivo remite un mensaje en cumplimiento de lo establecido por el artículo 4.º de la Ley n.° 19355, de 19 de diciembre de 2015, de Presupuesto nacional 2015-2019, dando cuenta de las correcciones que corresponde realizar a los errores y omisiones que se han comprobado en los artículos 276 y 320 de la citada ley, correspondientes al Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.

–A LA COMISIÓN DE HACIENDA Y PRESUPUESTO.

Un conjunto de ciudadanos pertenecientes a diversas instituciones remite nota, al amparo del derecho de petición establecido en el artículo 30 de la Constitución de la república, relacionada con la designación del Consejo de Comunicación Audiovisual, dispuesta en los artículos 74 y 75 de la Ley n.º 19307, de 29 de diciembre de 2014, referente a los servicios de comunicación audiovisual.

Las Juntas Departamentales de Artigas, Cerro Largo, Colonia, Durazno, Flores, Florida, Maldonado, Montevideo, Paysandú, Rivera, Rocha, San José y Tacuarembó comunican, de conformidad con lo establecido en el artículo 225 de la Constitución de la república, que han resuelto no aceptar las observaciones realizadas por el Tribunal de Cuentas al Proyecto de Presupuesto Quinquenal de los Gobiernos departamentales respectivos, correspondiente al ejercicio 2016-2020.

–A LA COMISIÓN DE CONSTITUCIÓN Y LEGISLACIÓN».

4) HOMENAJE A LOS EXLEGISLADORES ZELMAR MICHELINI Y HÉCTOR GUTIÉRREZ RUIZ AL CUMPLIRSE CUARENTA AÑOS DE SUS ASESINATOS

SEÑOR PRESIDENTE.- La Asamblea General ha sido convocada en sesión extraordinaria para rendir homenaje a los exlegisladores Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz al cumplirse cuarenta años de sus asesinatos, sucedidos junto al de los ciudadanos Rosario del Carmen Barredo de Schroeder y William Whitelaw y, en circunstancias similares, a la desaparición de Manuel Liberoff.

Tiene la palabra el señor legislador Pardiñas.

SEÑOR PARDIÑAS.- Señor presidente: nos reunimos hoy en Asamblea General legisladores de todos los partidos políticos, y también están presentes familiares y autoridades, para homenajear la memoria de dos seres excepcionales: los legisladores Zelmar Michelini, el Flaco, como muchos le decían en este ámbito, y Héctor Gutiérrez Ruiz, el Toba, quien en esos años también tuvo la responsabilidad de ser presidente de la Cámara de Representantes, tarea que desempeñó con enorme sacrificio, compromiso y solidaridad en momentos de fuerte represión en este país; solidaridad que hasta brindó a sectores que no eran de su propio partido, como su participación en un momento duro mediando en una ocupación que las fuerzas represivas llevaban a cabo en el local del Partido Comunista del Uruguay.

También hoy tenemos presente –tal como lo expresa la convocatoria– y recordamos que hace cuarenta años otros compatriotas, seres queridos por sus familias, compañeros y amigos, fueron impúdicamente asesinados, como es el caso de William Whitelaw y Rosario del Carmen Barredo. En esa fecha ocurrió también la desaparición del doctor Manuel Liberoff, quien aún permanece desaparecido como tantos otros compatriotas.

Recordando aquellos tristes días de nuestro pueblo, cuando en América Latina toda padecíamos el autoritarismo y el terrorismo de Estado, hacemos votos y ponemos nuestro esfuerzo y compromiso para no volver a transitar momentos como esos, que mucho dolor han sembrado. Precisamente, ese dolor es el que ha hecho renacer la esperanza con mayor fuerza; es el que ha hecho renacer el compromiso para sortear esos tiempos y aprender de ellos. Y ese aprendizaje implica tener presente la historia y traerla a nuestros días, no con un sentido revanchista, sino con un sentido constructor, generador de nuevos tiempos.

Esto es lo que hoy, sin lugar a dudas, recordará la Asamblea General al homenajear a estas personas, a estos sacrificados compatriotas. Y, en el día de mañana, muchas ciudadanas y muchos ciudadanos de nuestro país lo estarán ratificando al realizar una vez más una marcha del silencio para reivindicar la verdad y la justicia, para afianzar lo que mencionábamos sobre la esperanza.

Y es en esa línea esperanzadora que damos valor y trascendencia a aquello que el senador Zelmar Michelini, un 26 de marzo de 1971, expresaba en uno de sus discursos: «Sí, pueblo uruguayo, hay esperanza. Sí, pueblo uruguayo, habrá libertad. Sí, pueblo uruguayo, habrá Patria para todos». En honor a ello, queremos tener presente nuestra historia.

¿Por qué mantener viva la memoria? Porque no hay futuro sin memoria –la memoria constituye el cimiento del mañana–; y porque es necesario saber la verdad, pues la democracia necesita de verdad y justicia para continuar sobre bases firmes, profundizando y desarrollando los derechos ciudadanos.

Hay que tener viva la memoria porque no podemos hipotecar el futuro de nuestra democracia, sus valores éticos y humanistas, que constituyen la base de la convivencia en sociedad.

Tenemos que mantener viva la memoria porque la verdad –estamos convencidos de esto– afianza la democracia; porque por más dura que sea la verdad, es preferible ante la angustia que genera el ocultamiento y la mentira. Estos eternizan el dolor y la duda que debemos erradicar.

Es importante mantener viva la memoria, señor presidente, porque son muchos los que pelean contra la indiferencia asumiendo, al reflexionar sobre lo ocurrido, costos emocionales y políticos; porque reclamar por verdad y justicia tiene mucho de denuncia, pero también de composición y construcción de afectos, de comprensión y de espíritu fraterno.

Es necesario tener viva la memoria porque es imprescindible que las nuevas generaciones también conozcan la historia reciente. A través de la investigación y de las movilizaciones –tal como referenciábamos, en varios puntos de nuestro país se van a realizar movilizaciones en el día de mañana– esa historia no queda archivada ni inerte.

Debemos mantener la memoria porque nos debe guiar el sueño de que la última y profunda reparación para las víctimas sea que nuestro pueblo viva en un país mejor.

Hoy más que nunca, queremos traer a este recinto aquello que tan bellamente expresó la poeta Ana Demarco: «Algunos serán río, otros serán tierra, pero nunca serán olvido». Es por eso que queremos rescatar la memoria.

Permítanme ahora compartir con los señores legisladores una referencia personal, que no por ello minimiza este acto y, por supuesto, lo que hoy queremos entre todos y todas reflexionar para afianzar la construcción democrática de este país.

Siendo un muchacho, un adolescente de dieciséis años, en mi ciudad de Melo, en plena actividad política y militante en la correntada esperanzadora creada ese año, 1971 –nuestro Frente Amplio–, vivo la experiencia de conocer personalmente y escuchar un discurso de quien se decía tenía una enorme potencia y lograba una comunicación excepcional, fundador del Frente Amplio, gestor de políticas para los cambios en diferentes expresiones y experiencias: llegaba a nuestro pueblo Zelmar Michelini.

A todas y todos nos cautivó su carisma y nos motivó su valentía; su fuerza apuntaló nuestro compromiso y nos llenó de bríos para luchar por transformaciones y cambios para el país. Nos trasmitió asimismo la profundidad del momento histórico que vivíamos; y el valor de la tarea política a desarrollar por nosotros se resumió en su sabia utilización del romancero popular criollo, con el que finalizó aquel discurso lleno de emotividad, cuando nos dijo: «No afloje m’hijo, que el que afloja pierde». Y como en este país hay ciudadanas y ciudadanos que no aflojaron, este país hoy goza de democracia, goza de un gobierno que está comprometido con su pueblo en seguir haciéndola avanzar, y goza de un Parlamento que tiene el deber de seguir sosteniendo esa democracia que debe ser, a su vez, reflejo de lo que una vez más se necesita irradiar en nuestra América Latina.

Zelmar Michelini, militante estudiantil en el Centro de Estudiantes de Derecho y dirigente de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay, inició su carrera política en el Partido Colorado para luego participar en la fundación y conducción del Frente Amplio. Periodista de destaque, querido padre de familia que, al igual que Héctor Gutiérrez Ruiz –tal vez con condiciones similares; con convicciones políticas en otras tiendas, pero con convicciones cívicas, democráticas y patrióticas similares–, pagó con su vida el compromiso de desenmascarar y combatir la dictadura uruguaya. Ellos son símbolos de nuestra democracia.

Hoy tributamos homenaje a este inmenso legado de compromiso, de audacia y valentía, de lucha por la libertad y la justica; legado que nos interpela a todos y a todas y nos exige lograr acuerdos y entendimientos, como así también administrar con sabiduría, a nivel del sistema político, nuestros disensos y nuestras diferencias, para que nos permita continuar construyendo mejores condiciones de vida para nuestro pueblo.

Señor presidente: finalizo tomando prestadas las palabras del querido –ya desaparecido poeta nuestro– Mario Benedetti:

«Convoquemos aquí a nuestros zelmares

en ellos no hay ceniza ni muerte ni derrota ni tierno descalabro

nuestros zelmares siguen tan campantes

señeros renacidos

únicos y plurales

fieles y hospitalarios

convoquemos aquí a nuestros zelmares/

y si aun así fraternos

así reunidos en un duro abrazo».

Muchas gracias, señor presidente.

(Aplausos en la sala y en la barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- Tiene la palabra el señor legislador Heber.

SEÑOR HEBER.- Muchas gracias, señor presidente.

Familiares de Zelmar Michelini, familiares de Héctor Gutiérrez Ruiz, colegas parlamentarios, señor presidente: hemos entendido necesario –todos los partidos lo han entendido así– convocar a una sesión de la Asamblea General para rendir este homenaje, sin perjuicio del que legítimamente realizó antes de ayer la Cámara de Representantes a quien fuera en su momento su presidente. Para nosotros era muy importante homenajearlos juntos, porque juntos pelearon y juntos murieron.

Es verdad: la Asamblea General está homenajeando a dos de sus mejores hombres y lo está haciendo sin olvidar las otras muertes, sin olvidar a quienes también aparecieron sin vida en ese mismo auto. Justamente, el homenaje va más allá de sus personas porque se han transformado en símbolo.

Como dijera Wilson en aquel momento, lo más inmundo de esas dos muertes es que tenían como única justificación generar otra pista o confundir el móvil. Fíjense, señores legisladores: se mataba por un móvil y lo hacían los Estados organizados, coordinados; mataban de esa manera.

Cuando recordamos al Toba y a Zelmar, a Zelmar y al Toba, estamos evocando la rebeldía democrática de hombres con convicciones, que entregaron su vida. Sabían que estaba en riesgo su vida; incluso, fueron advertidos y se les dijo expresamente que el ambiente era muy peligroso. El golpe de Estado en Argentina, que venía generándose desde mucho antes con impunidades de todo tipo, con grupos paramilitares que perseguían a quienes luchaban por la democracia y la libertad, ponía en riesgo a Zelmar, al Toba, a nuestros exiliados, a Wilson.

Creo que la Asamblea General hace bien en recordar a dos legisladores con características distintas, pero que perseguían un mismo objetivo y tenían la misma entrega.

Zelmar, por lo que vi en filmaciones –y según me contaron–, era un torbellino verborrágico de argumentos, su oratoria era de una contundencia demoledora. Nuestros mayores lo recuerdan como imbatible en el debate parlamentario.

El Toba Gutiérrez, por el contrario, era mucho más parsimonioso, razonador y dialogador, lo que generaba ese clima de cordialidad y franqueza que es necesario en el parlamento.

En realidad, ambos son necesarios: aquel que debate por el debate mismo, con argumentos, con ideas expresadas con convicción y pasión –como lo hacía Michelini–, y también aquel que busca el acercamiento, el encuentro, la razonabilidad, los acuerdos y la posibilidad de corregir cosas, lo que a veces no se logra en el debate.

Como demócrata y como blanco, me molesta mucho la historia contada por algunos que quizás no estén bien informados o no se pongan en la situación que se vivió en tiempos previos al golpe de Estado, que incluso fue un eslogan de la propia dictadura contra el Toba, contra Zelmar y contra Wilson: se dijo que ellos prácticamente estaban ocultando o que estaban al servicio del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Es importante mencionar esto en el razonamiento que estamos realizando aquí.

Personalmente, he tratado de situarme en aquellas instancias en que se perdieron todos los rumbos, se vivía un país violento y se habían perdido en gran medida los puntos de referencia democráticos. En el homenaje que rindió la Cámara de Representantes, el legislador Gandini señalaba la actitud de Héctor Gutiérrez Ruiz, como presidente de ese Cuerpo, en un comité del Frente Amplio que fue allanado, cuando con su sola presencia evitó una masacre. Ubiquémonos en aquel tiempo en que se perdían los objetivos y no hablo del hecho concreto del golpe de Estado y la disolución de las cámaras. El Toba era presidente de la cámara y su sola presencia en ese comité evitó que mataran a una cantidad de militantes del Partido Comunista. Vivíamos un clima de violencia. Y en un país tan radicalizado, donde se debía temer a esa situación, ¿cómo no se va a hablar con unos y con otros? ¿Qué hace un dirigente político cuando se pierden los puntos de referencia, cuando se está matando en la calle y hay enfrentamientos? La solución es hablar, dialogar, buscar caminos de salida y entendimiento para bajar la violencia, caminos democráticos, populares, nacionales, propios, para no llegar a una espiral donde la violencia lleva a la violencia y termina como terminó: con la consolidación del terrorismo de Estado que vivió el Uruguay durante doce años de dictadura.

Algunos, creo que en forma equivocada, han tratado de equiparar a estos violentos como si fueran los dos infiernos. Personalmente no estoy de acuerdo con ese razonamiento, y eso no va en desmedro de nuestra condena al movimiento guerrillero y terrorista que hubo en aquel momento. En su momento, acá, en esta sala, nuestros legisladores, nuestros antepasados lo condenaron, pero no es lo mismo. El terrorismo de Estado es un infierno y no hay –no puede haber– algo equiparable a eso. Los que vivimos la incertidumbre de tener a nuestros padres presos injustamente, podemos decirlo. Tengo el orgullo de que el día que enterramos al Toba Gutiérrez Ruiz, por el solo hecho de poner una bandera sobre su féretro, fueran presos mi madre y mi padre –mi madre por el día y mi padre una semana– acusados por el terrorismo de Estado de vilipendio a los símbolos patrios. Me gustó ver, días pasados, al presidente de esta Cámara poner una placa y a la viuda del Toba, Matilde Rodríguez Larreta, destaparla con un lindo pabellón nacional, rindiéndole homenaje. ¡Habrá muchos orientales que merecen tener la bandera sobre su féretro y en el recuerdo, pero Zelmar y el Toba seguro que la tienen!

Señor presidente: insisto en que no es lo mismo la incertidumbre que genera el terrorismo de Estado, que muchas familias vivieron en el Uruguay. Implica tener la sensación de que cualquier día, de noche o de madrugada, se va a romper una puerta y las fuerzas del orden se van a llevar a alguien, a quien quizás nunca volveremos a ver, como les sucedió a muchas familias que todavía viven el horror de no saber ni siquiera a dónde fueron a parar sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus familiares o sus amigos.

Por ese Uruguay violento nunca nos podemos descuidar: debemos ser militantes –por encima de nuestras ideas– en defender las libertades formales, en defender la institucionalidad del país, en defender y prestigiar a esta institución, en prestigiar la política y en afirmar la democracia. Es una tarea de todos. Debemos prestigiar el símbolo en que se convirtieron Zelmar y el Toba, que hoy tendrían edad suficiente para estar entre nosotros, pero no lo están. Fíjense que el Toba tenía apenas 43 años cuando lo mataron, cuando lo asesinaron; yo no sé cuántos tendría Zelmar, pero serían unos más. Tenían una vida por delante. Todavía me choca mucho el relato de Matilde cuando señala que, después de atarle los zapatos y antes de que se lo llevaran de su casa, el Toba, encapuchado, nombró a sus hijos. Bueno, sus hijos están acá, pero también está el Toba y también está Zelmar. Aquellos que creyeron que mataban a alguien, se equivocaron. Hoy todos los partidos políticos están recordando sus figuras. Como dijo el legislador Gandini, no son víctimas, sino mártires de la libertad y en ellos se ven reflejados todos aquellos que pelearon contra la dictadura. Yo me siento representado por ellos, y no hay muertos de un lado o del otro: hay muertos, son nuestros muertos. Los muertos del Partido Comunista, los muertos del MLN, los muertos del Partido Nacional, los muertos del Partido Colorado, los muertos del Frente Amplio… son nuestros, son de todos nosotros. ¡Son nuestros muertos, son nuestros mártires!

En esta instancia, en el debate de ideas de esta casa, ponemos un punto y hacemos un alto en esta discusión para recordar. ¿Para recordar qué? Para recordarlos a ellos –claro que sí–, pero también recordar que hay muchas más cosas que nos unen en esto de cuidar lo que tenemos, nuestras libertades y la democracia de nuestro país, más allá de la discusión de ideas –que es bienvenida y tiene que darse, está bueno que se dé y por eso hemos peleado–, porque estas instituciones son las que nos dan garantía del respeto de los derechos humanos en nuestro país.

Señor presidente: el Partido Nacional con mucho cariño personal recuerda a las dos figuras, una por ser nuestra y amigo de nuestra casa y la otra, Zelmar, porque, aunque nunca haya militado en nuestro partido, era amigo del Toba, de Wilson y de tantos blancos que en aquella época se jugaron la vida por defender las instituciones. El Partido Nacional tiene el alto honor esta mañana de inclinar sus banderas ante estas figuras que no hacen más que darnos orgullo por ser gente que se juega en el momento en que hay que jugarse y no especula cuando la patria lo reclama. Fueron grandes patriotas y seguirán siendo recordados todos los años por todas las legislaturas porque es nuestra obligación no olvidar lo que pasó y reafirmar las cosas que hoy tenemos y que muchas veces no valoramos.

Por eso, señor presidente, nuestro partido se suma a este homenaje con el corazón y con el alma, porque ahí están el alma y el corazón de la patria.

(Aplausos en la sala y en la barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- Continuando con la lista de oradores, tiene la palabra la señora legisladora Pesce.

SEÑORA PESCE.- Hoy estamos reunidos para recordar y homenajear a dos personalidades políticas que han dejado su huella en nuestra política nacional. Me refiero a Héctor Gutiérrez Ruiz y a Zelmar Michelini Guarch.

En primera instancia, quiero dirigir mis saludos y respeto a los familiares, amigos y correligionarios de los homenajeados, que hoy nos acompañan. Con un trágico final en común, en su vida política ambos representaron dos trayectorias diferentes y destacadas. Concibieron al país que representaban como arquetipo y fueron fieles representantes de la pluralidad política de nuestra república.

Héctor Gutiérrez Ruiz nació en Montevideo, en febrero del año 1934. Quedó huérfano de padre a temprana edad y toda la vida fue un apasionado defensor de su querido Partido Nacional. Vivió una infancia vinculada a la vida rural y, a la vez, recibió una educación fuertemente influida por la prédica jesuita, lo que lo llevó a ser un hombre de profunda fe católica. Siempre inquieto –y, como dicen muchos de sus conocidos «con su clásica melenita»–, estudió derecho y filosofía, concurriendo a fines de los años cincuenta a cursar estudios superiores de filosofía en España. Esa pasión por la literatura y la filosofía lo llevó a ejercer la docencia en el colegio jesuita San Javier, de la ciudad de Tacuarembó, departamento al que siempre estuvo vinculado como asiduo concurrente a la estancia Los Cimarrones. En este ámbito conformó su familia, casándose en 1961 con Matilde Rodríguez Larreta, con quien tuvo cinco hijos que adoraba: Marcos, Juan Pablo, Facundo, Mateo y Magdalena.

Asimismo, pudo expresar tempranamente su vocación –tal vez la principal– de servidor público a través de su acción político-partidaria en las filas del Partido Nacional. Siendo admirador de la prédica y las enseñanzas de Luis Alberto de Herrera, se inició en la política en las filas del Herrerismo, apoyando a Alberto Heber Usher.

En 1962 fundó la agrupación 8 de Abril en honor a la fecha de fallecimiento de don Herrera. Su actividad partidaria prontamente tuvo éxito al ser electo diputado herrerista por el departamento de Tacuarembó, en 1966. En dicha elección fue electo intendente Pedro María Chiesa, con quien cultivaría una estrecha amistad que los uniría por el resto de sus vidas.

En 1968 la inmensa figura de Wilson Ferreira Aldunate, con su Movimiento Por la Patria, se tornará un imán para Héctor, el Toba, quien se incorporará a la lucha política detrás de su liderazgo. Su popularidad se extendió cada vez más, superando los límites de su departamento, y en 1971 fue reelecto diputado junto a Pedro María Chiesa, quien nuevamente fue electo intendente. A partir de ese momento, Héctor Gutiérrez Ruiz, el Toba, adquirió ribetes políticos de estatura nacional y entre 1970 y 1971 dirigió el tradicional periódico El Debate. Siendo electo presidente de la Cámara de Representantes en 1972, y reelecto en 1973, ejerció dicha presidencia con gran dignidad hasta la caída de las instituciones democráticas, el 27 de junio de ese año.

Ante la inestabilidad política se exilió en Buenos Aires –todos lo sabemos–, lugar donde encontró la muerte en forma cruel el 20 de mayo de 1976, a la edad de 43 años. Podemos afirmar así que su pecado fue no aceptar la ruptura de las instituciones democráticas de su país.

Señor presidente: con una trayectoria bien distinta, en la tragedia lo acompañaría el senador Zelmar Michelini Guarch. Nacido en un hogar profundamente colorado, Zelmar Michelini vino a este mundo un 20 de mayo de 1924, en Montevideo, para convertirse en una personalidad que fue y es referente de la política nacional. Para nosotros, los colorados y batllistas, Zelmar es una figura querida pese a que los avatares de la vida lo llevaron a alejarse de nuestro partido. El Flaco para los amigos y Pito para los familiares, con su sonrisa –otra vez en referencia a amigos que lo conocían mejor– y alegre jopo, nos dejó recuerdos entrañables a todos en este país. Poseedor también, al igual que Gutiérrez Ruiz, de una inquietud por los quehaceres de la vida política, en 1948 estudia derecho, conforma la Federación de Jóvenes Batllistas y resulta electo, además, secretario general del Centro de Estudiantes de Derecho. Es un referente de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay.

En busca de progreso abandona los estudios para ingresar como empleado bancario, siendo uno de los que erige la gremial de funcionarios bancarios, donde entre 1947 y 1951 desarrolla una importante tarea que lo llevará a la actividad política posterior. Esta acción gremial es la que hará que su admirado Luis Batlle Berres ponga su atención en él, invitándolo a integrarse a una generación de renovación partidaria que se conocería como los jóvenes turcos, junto a enormes figuras como Manuel Flores Mora, Teófilo Collazo, Julio María Sanguinetti y toda una pléyade de jóvenes que se sumaron a la histórica Lista 15 de don Luis Batlle. En esta incorporación a la actividad política, como se estilaba en la época, sus primeros pasos fueron como redactor político del diario Acción de Luis Batlle, ¡el gran diario Acción! De allí en más comenzó un meteórico ascenso político, siendo electo diputado por la Lista 15 en Montevideo en las elecciones de 1954 y 1958.

Ahora bien, tras la derrota colorada de las elecciones nacionales de 1958, convencido de que era necesaria una renovación profunda de las actividades partidarias, es que en 1962, junto a Germán Rodríguez, funda la recordada Lista 99 con el nombre de Movimiento por el Gobierno del Pueblo, en la que también se destaca –es importante recordarlo– la gran figura de Hugo Batalla. En dicha ocasión es electo por tercera vez diputado por Montevideo.

Fallecido Luis Batlle en 1964, se produce un rearmado de la interna colorada.

En 1965 funda el diario Hechos y, en 1966, Michelini conforma fórmula presidencial con Aquiles Lanza, apoyando el retorno al presidencialismo –cabe destacar que esto significaba apoyar la reforma constitucional naranja– y resultando electo senador de la república.

A todo esto había conformado una extensa familia, casándose con Elisa Dellepiane Iglesias –con cuya presencia hoy no podemos contar–, con quien tendría diez hijos: Elisa, Margarita, Luis Pedro, Isabel, Zelmar, Cecilia, Felipe, Graciela, Marcos y Rafael. Una gran familia que, según dicen, no le hacía olvidar que debía ir a almorzar todos los domingos con su madre.

Observador perspicaz de los aconteceres mundiales, se vuelve un apasionado analista de los hechos políticos internacionales y de la época desde las columnas del diario.

En momentos de la crisis política, cuando la violencia política se abatía sobre el país, asume por un corto período el Ministerio de Industria y Comercio durante la presidencia del general Óscar Gestido, en 1967.

Se destacó en el trabajo y en la aprobación de la recordada Ley de Viviendas de 1968.

Poco a poco se fue distanciando del gobierno de la época a la vez que, reitero, la violencia política comenzaba a recrudecer en el país y en la región.

Caracterizar su personalidad es recordarlo como un legislador trabajador, orador de excepción, pero principalmente como un político que nunca quería quedar atado a estructuras políticas, por lo cual, poco a poco se irá alejando del Partido Colorado hasta que, junto con Juan Pablo Terra, Rodney Arismendi y otros políticos no tradicionales, terminará siendo fundador y senador electo por el Frente Amplio en 1971. Aquel muchacho que todos recuerdan, con una sonrisa generosa, que vivía la pasión por las carreras de caballos y por la política, se siente tremendamente golpeado por la caída de las instituciones democráticas en 1973 y, al igual que el Toba Gutiérrez Ruiz, resuelve partir a Buenos Aires.

El 20 de mayo de 1976 Zelmar tenía 52 años, y Héctor, según mis registros, 42 años. Me lo confirman sus familiares. Estas dos personalidades políticas de trayectorias tan diversas, juntas verían truncadas trágicamente sus vidas en Buenos Aires. Hoy, cuarenta años después de estas injustas muertes, el Partido Colorado –como siempre lo ha hecho– expresa su solidaridad con los familiares de Zelmar Michelini y de Héctor Gutiérrez Ruiz, haciendo votos para que la violencia política nunca más se enseñoree en nuestras tierras.

Muchas gracias.

(Aplausos en la sala y en la barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- Continuando con la lista de oradores, tiene la palabra el señor legislador Posada.

SEÑOR POSADA.- Señor presidente: mañana mismo se cumplirán cuarenta años del asesinato de Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, William Whitelaw y Rosario Barredo. También cuarenta años de la desaparición del doctor Liberoff. Acerca de estos crímenes cometidos por el Estado uruguayo tenemos una deuda que no terminamos de pagar: una deuda de gratitud frente al martirologio de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, y una deuda porque a veces nos quedamos demasiado en la muerte y no rescatamos su vida, que fue plena y que es lo que genera ese espacio de reconocimiento enorme que les debemos.

El martes pasado la Cámara de Diputados tributó un homenaje a Héctor Gutiérrez Ruiz, y creo que de alguna manera las intervenciones que se hicieron procuraron rescatar parte de la vida de ese hombre de carne y hueso que fue.

En la mañana de hoy, señor presidente, voy a intentar rescatar algunos de los aspectos de la vida de Zelmar Michelini, de ese niño que concurrió a la escuela República Argentina y que, de acuerdo con el testimonio de sus propios compañeros, se destacaba por su brillantez.

En el reciente libro publicado por Mauricio Rodríguez hay una referencia de Milton Schinca –condiscípulo de Zelmar en la escuela– que decía: «Zelmar era el ídolo y el lujo de toda la escuela […]. Inquieto galvanizado por una vivacidad comunicativa y entradora, compraba a todo el mundo con su sonrisa traviesa, franca o bien a veces –aunque sólo a ramalazos– burlona e intencionada.

Aunque excelente alumno, nada más alejado que él de las tristezas y sordideces del “traga”.

Habría que decir que poseía una inteligencia inundada de alegría, o una manera jubilosa de ser inteligente […] Dominaba como el mejor canillita la jerga, las zafadurías y el desenfado del chiquilín de la calle, sin dejar delatar ni una vez el origen culto de su familia». Schinca también afirma: «Zelmar tenía ya, entonces, como un fulgor propio […]. Aunque parezca exagerado, toda la escuela giraba en cierta forma a su alrededor. Simpático, entrador, pícaro, no era estudioso y sí bastante travieso, pero se sobraba para ser siempre el mejor».

Otra condiscípula, Dora Isella Russell, poeta y docente, decía: «Improvisaba y hablaba ligero, como una ametralladora. Cuando llegaba medio de improvisto a la escuela alguna visita importante, el que sacaba a todos del apuro era Zelmar. Se paraba, todavía de pantalón corto, en una tarima, y a velocidad vertiginosa decía unas palabras de bienvenida que dejaban atónitos a los visitantes. […] También recitaba con mucho fervor y pasión».

Ese niño que entra a la adolescencia, comienza el liceo y también se destaca, como lo había hecho en la escuela, en el reconocimiento de sus compañeros y compañeras. Pierde joven a su padre, que muere con 45 años –cuando Zelmar tenía 17– dejando cuatro hijos. Cuando ingresa a la Facultad de Derecho se transforma, también allí, en una referencia para el Centro de Estudiantes de Derecho, dada su militancia estudiantil. Por esos años ingresa al Banco Hipotecario, donde se destaca como un dirigente gremial de primera línea. Luego viene la ineludible referencia a su inicio en la política.

Fue electo diputado en 1954 y asume en la cámara el 15 de febrero de 1955, con el triunfo del Partido Colorado, siendo el principal referente de la bancada de la Lista 15 en lo que era la actividad parlamentaria. Por cierto, de esto hay muchos testimonios de quienes fueran sus compañeros en ese período legislativo, como es el caso de Renán Rodríguez. Precisamente, en los testimonios recogidos en Ni muerte, ni derrota, de César di Candia, Rodríguez decía: «Luego de la elección de 1954 coincidimos los dos en la Cámara de Diputados y ahí pude aquilatar sus excepcionales condiciones. Era sin duda la cabeza de su grupo parlamentario y demostraba una infatigable actividad procurando que se incorporaran al orden del día los asuntos que interesaban al Gobierno. Pedía continuamente la palabra para pedir que se incluyera este o aquel proyecto. Intervenía mucho en todos los aspectos de la comisión de legislación, que integraba, pero se interesaba por todos los temas. Una cosa digna de señalarse es la sensación de solidaridad que nos daba a todos. Una vez, por ejemplo, estuvimos trabajando muchos días con el doctor Armando Malet en una ley de presupuesto. Nos reuníamos desde muy temprano y todos los días, a media mañana, aparecía Michelini, nos daba una mano y se interesaba por la marcha de nuestro trabajo. A Malet le causaba gracia, y cada vez que lo veía entrar decía, parodiando el título de una obra que estaban dando por esa época en la Comedia Nacional: Ha llegado un inspector».

Enrique Martínez Moreno –también querido y recordado compañero, que junto a Zelmar, Renán y Hugo Batalla fundaron después la lista 99– decía: «Zelmar se destacó de inmediato nítidamente del resto de los parlamentarios. Era incisivo aunque no venenoso y sobre todo tenía una gran claridad en la exposición. Hablaba con una voz que conmovía y tenía tal poder de comunicación que yo por lo menos sentía su presencia aun estando de espaldas a mí y sin hablar. Estábamos en la sala y en el momento que entraba y sin verlo me daba cuenta. No sé si ese poder casi hipnótico lo tenía solo sobre mí o si era la consecuencia de una extraña afinidad, pero lo que relato ocurría prácticamente siempre».

Zelmar, que fue el secretario personal y hombre de confianza de don Luis Batlle, teniendo un juicio crítico de lo que había sido la derrota del Partido Colorado en el año 1958, conformó lo que para nosotros fue uno de los movimientos políticos de los que nos sentimos plenamente tributarios: El Movimiento por el Gobierno del Pueblo, conocido también como la Lista 99.

En ese marco, tuvo una destacada actuación desde el punto de vista parlamentario, y aquel lema que caracterizó a la Lista 99 en el año 1962, «Para la 99 primero está el país», lo efectivizó, por cierto, en su carrera política. Su compromiso con la república fue puesto a prueba muchas veces, particularmente cuando decidió votar un presupuesto del Partido Nacional –en aquellos años había rivalidad entre el Partido Colorado y el Partido Nacional– sin pedir nada a cambio, cosa que le valió muchas veces el reproche de sus propios correligionarios.

La historia más reciente es conocida por todos. El país entró en una etapa de autoritarismo. Zelmar, después de realizar ingentes esfuerzos para tratar de plantear una candidatura alternativa dentro del batllismo, dentro del Partido Colorado, termina siendo, a nuestro juicio, uno de los principales actores que contribuyen a la formación del Frente Amplio.

Si hicimos esta referencia de vida es porque en realidad creemos que el sistema político uruguayo está en deuda con Zelmar Michelini. Hace unos cuatro años, en 2012, a nivel de nuestro partido organizamos una instancia de conmemoración y, allí, una de las figuras que recordamos fue la de Zelmar Michelini. Logramos juntar a dos de sus amigos íntimos, Eduardo Arzuaga y César di Candia, para participar de un diálogo que realmente merece ser replicado y escuchado.

César di Candia señalaba esta idea que nos sigue dando vueltas: que tenemos con Zelmar Michelini una deuda inmensa. Es una deuda del sistema político en su conjunto: del Partido Colorado, que lo tuvo entre sus hombres más destacados; del Partido Nacional, que encontró siempre la mano tendida de la Lista 99, cuando los temas del país se ponían por delante; y especialmente del Frente Amplio, porque sin Zelmar Michelini no hubiera existido ese movimiento político. El Frente Amplio fue una construcción política en la que se hacía necesaria una conjunción de esfuerzos muy especial, y para ello fueron vitales las actuaciones de Zelmar Michelini y de Juan Pablo Terra; de otra manera hubiera sido simplemente un frente de la izquierda tradicional.

Por eso siento que todos nosotros seguimos en deuda. A la salida de la dictadura, al ingreso de la restauración democrática, se votó la realización en esta ciudad de Montevideo de un monumento que recordara el martirologio de Zelmar Michelini y de Héctor Gutiérrez Ruiz. Para ello se hizo un concurso pero, en definitiva, por distintas razones, ese tema fue quedando en el olvido y seguimos sin dar cumplimiento a esa deuda.

Quiero hacer referencia, especialmente, a algo que escribió hace algún tiempo el propio César di Candia, referido a Zelmar, que de alguna manera da testimonio de la inmensidad de la persona. Dice así: «Conocí dos Zelmares y ambos fueron, aunque fugazmente, mis confidentes. El primero, el que sedujo a mi generación. Era un hombre joven, sensible, extremadamente generoso, artesano de un humor que manejaba como un estilete, orador fervoroso, confiable para amigos y adversarios; reservadísimo si debía serlo pero infatigable contador de anécdotas parlamentarias cuando los secretos no tenían por qué ser protegidos. Preocupado y atento por los sufrimientos ajenos, no era de los que se sumergía en las ideologías, tenía el don de sobrenadarlas sin perder de vista la costa. Todavía hoy seguimos sentados en aquel café, y si puedo estar de nuevo con él, tantos silencios y tantos bochornos después, es porque exactamente en ese lugar, junto a la mesa contra el ventanal, debajo del edificio donde vivía su madre, con la cual el Flaco almorzaba a diario, el tiempo me ha brindado la fortuna de detenerse.

Zelmar, hombre de rutinas, bebe como siempre un cortado de sobremesa, gesticula, se peina la melena con los dedos, se encorva y apichona como si tuviera frío, nos habla con el cuerpo, con el puño, con los ojos, más que nada con los ojos. Estábamos en 1961 y su escisión del grupo de Luis Batlle Berres ya era un hecho, pero a él le gustaba seguir rodeándola de misterio, proyectar estrategias separatistas que después no tendría necesidad de llevar a cabo. Los correligionarios que conspiraban con él le prestaban las alas, le prometían sus adhesiones entusiastas, se disputaban el dudoso honor de ser los enconados detractores de don Luis. Semanas más tarde, cuando Zelmar consumó su separación definitiva de la fracción quincista, cuya bancada lideraban prominentes acompañadores, despobló aquella mesa que se desperdigó rumbo al calor de Batlle en una prudente estampida, dejando por las calles los jirones de sus rebeldías.

Michelini solía recordar el episodio con desazón. Cuando el diario Hechos se nos derrumbaba y ambos empezábamos a aprender en tinta propia que las empresas periodísticas sin dinero suelen morir jóvenes, fue en ese diario, luego del desastre electoral de 1966, que me confió con los ojos vidriosos: “La agrupación votó en contra cuando Gestido me propuso la candidatura para la presidencia. ¿Te das cuenta que ellos que no tienen ni un voto resolvieron por mí? ¡Cuánta razón tenía don Luis, que disponía por sí mismo! Él era un caudillo; yo no”. Si lo cuento ahora es porque después de treinta años de su muerte, hasta las confidencias merecen amanecer de nuevo.

Diez años después conocí muy brevemente al segundo Zelmar, ya exiliado en Buenos Aires. Las desdichas se le habían acumulado en la espalda, la delgadez le afilaba el rostro y había perdido gran parte de su peso. Los ojos ya no despedían calor y parecían clamar más comprensión que ayuda. No podré olvidar nunca su vejez prematura ni aquella terrible pena que lo agobiaba cada vez que hacía una gestión internacional a favor de su país. La dictadura torturaba a su hija Elisa. Caminamos las tres cuadras que nos separaban del diario La Opinión, donde trabajaba, y casi al final me hizo su última confesión: tenía miedo de terminar asesinado de acuerdo con ciertos informes de Montevideo. Al llegar, no me despidió apretándome el hombro como le era habitual, me dio un abrazo largo y escondió la mirada. Menos de un mes después, un oficial de bigotes gruesos y ojos agrios llamado Balestrino, daba órdenes a los gritos para que fuera enterrado rápido sin elogios ni despedidas.

El recuerdo de Zelmar ha sido siempre un sumar de tristezas. Desde esa cima estoy escribiendo».

El testimonio de sus compañeros, de quienes lo conocieron, nos da pie para afirmar que si hay un emblema en esta casa, si alguien significa con su vida un emblema para esta casa, ese es Zelmar Michelini.

Por cierto, no sabemos dónde estaría Zelmar si viviera –mañana cumpliría 92 años–, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que nosotros estaríamos junto a él.

Muchas gracias.

(Aplausos en sala y barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- Continuando con la lista de oradores, tiene la palabra el señor legislador Carlos Pérez.

SEÑOR PÉREZ (Carlos).- Señor Presidente: el mejor homenaje será siempre continuar la lucha y traer el pensamiento y la acción de nuestros mártires para iluminar el camino, para iluminar el presente.

Apenas se toma contacto con la memoria de Zelmar –principalmente me voy a referir a él, ya que en la sesión anterior hablamos de Héctor Gutiérrez Ruiz–, se destaca su acción de permanente denuncia al régimen autoritario y de la dictadura cívico-militar. Se destaca su valiente e inclaudicable lucha contra la tiranía y la opresión.

Zelmar denunciaba el vínculo de las dictaduras latinoamericanas con el plan estratégico de Estados Unidos para con la región. Su visión antiimperialista caracterizaba sus discursos, rechazando la injerencia estadounidense a través de la OEA y el Plan Cóndor. Y cito: «En este Uruguay de hoy, tan importante como la recuperación interna es la lucha antiimperialista, y como uno de los capítulos fundamentales de esa acción está el terminar con la OEA, que le ha permitido a Estados Unidos primar políticamente en el continente. A partir de su influencia todos los males y tragedias han sido permitidos». Esto decía Zelmar en agosto de 1971. ¡Cuánto ilumina su pensamiento este concepto de antiimperialismo! ¡Cuánto ilumina su pensamiento el papel que aún hoy la OEA de Almagro juega en ese objetivo de la primacía política de Estados Unidos en el continente! ¡Cuánto ilumina el papel que la OEA juega hoy por ejemplo en Venezuela o en Haití! ¡Y cuán provechoso es y cuánto ilumina su pensamiento cuando nos hablan de la teoría de los dos demonios! La dictadura era parte del plan estratégico de Estados Unidos para imponer las políticas neoliberales en toda la región.

También –para traer su pensamiento a las discusiones actuales–, Zelmar denunciaba la situación de profesores destituidos, estudiantes sancionados, maestros imposibilitados de educar y cátedras y asignaturas dirigidas por la autoridad militar.

Anunciaba Zelmar: «Solo pueden dar en el correr del tiempo una juventud de rodillas, un pueblo manso». ¿Por qué cito esto? Porque cuando el comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, estigmatiza a los jóvenes llamándolos «nini» y propone, en el marco del diálogo social, que los militares pueden educarlos en valores y disciplinarlos, percibimos que los métodos cambian, pero los objetivos siguen siendo los mismos.

Es de destacar su concepto sobre la violencia. Para situarnos en el debate actual sobre la seguridad pública o, como preferimos llamarlo, sobre la violencia social, quiero citar las siguientes expresiones de Zelmar: «La violencia, provocación del régimen, la violencia de arriba, engendra siempre la violencia de abajo y es violencia del régimen el infraconsumo, la riqueza mal distribuida, la corrupción, la pérdida del valor adquisitivo del salario, los privilegios de las clases ricas, la escasa asistencia sanitaria, el déficit de vivienda, la política económica dependiente del Fondo Monetario Internacional, la entrega del país a la banca extranjera como violencia también».

El 9 junio de 1972, en el semanario Marcha, en una entrevista con el exrepresentante Chifflet, decía: «Los sueldos resultan insuficientes, la moneda nacional se ha desvalorizado, la industria y el comercio se asfixian, las posibilidades de trabajo han disminuido». ¡Qué similitud con la crisis actual!

Y hablaba de un concepto que queríamos traer también al momento actual: inseguridad moral. Decía: «Grandes sectores de hombres y mujeres juzgan que no hay absolutamente nadie en quien creer». Citamos estas manifestaciones porque cuando uno sube por izquierda y baja por derecha, o sube por izquierda y extranjeriza la tierra, cierra las fábricas, se endeuda en USD 50.000 millones, genera que grandes sectores de hombres y mujeres juzguen que no hay absolutamente nadie en quien creer.

Entonces, traigamos a la memoria a Zelmar, a todos nuestros mártires, a los de este pueblo, para continuar su lucha porque solo si abandonamos sus ideas nuestros mártires mueren. Rescatemos la memoria de todos ellos para continuar la lucha antiimperialista y por una sociedad justa, para llevar al fin la lucha por la liberación nacional y el socialismo como sinónimo de liberación de la humanidad.

Para terminar, señor presidente, voy a recurrir a una cita, también de Zelmar: «En la historia de la humanidad la libertad ha sido siempre arrancada al tirano contra su voluntad a pesar de su fuerza, solo los que luchan alcanzan un feliz destino».

Gracias, señor presidente.

(Aplausos en la sala y en la barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- Continuando con la lista de oradores, tiene la palabra el señor legislador Amengual.

SEÑOR AMENGUAL.- Señor presidente: hoy se cumplen 40 años de los asesinatos de Zelmar y de Héctor. Es realmente un honor rendir homenaje a dos figuras destacables, a dos personas admirables y a su trabajo y compromiso; lo hago desde mi lugar, con mucha humildad, y pese a las diferencias que pueda tener, lo hago sobre todo desde los puntos de coincidencia.

Hoy temprano, cuando arranqué el día, pensaba que Zelmar y El Toba –como los llamaban los más cercanos– ocuparon un lugar en esta misma cámara donde hoy me toca desempeñar esta gran responsabilidad, claramente en un contexto histórico y político distinto, y en un momento de la vida también diferente; sus ejemplos resignifican este presente.

Zelmar nació en la capital mientras Héctor, como yo, venimos del interior: en su caso, era oriundo de Tacuarembó y, en el mío, soy originario del querido Canelones.

A Gutiérrez y a Michelini los asesinaron a los 42 y 52 años, respectivamente, en un contexto nacional y regional de opresión, conspiración e intolerancia. Hoy nos toca rendirles homenaje en un país donde gozamos de una democracia y de derechos como nunca antes hemos tenido, y esto se debe a la lucha de Héctor, de Zelmar y de otros tantos. Quiero destacarlos, pese a las diferencias generacionales; eso está claro: ellos pertenecieron a la misma generación que mis abuelos, esa generación que nos enorgullece por su compromiso y su lucha. Tengo 25 años y quizás alguno no entienda por qué el legislador más joven del Parlamento, que nació en la década de los noventa, pueda sentir una emoción tan grande en este acto. Mi abuelo, como otros tantos uruguayos, fue víctima de la intolerancia. Él, quien fuese un inquieto escritor, poeta, tanguero y músico, entre otras cosas, perdió su trabajo; fue destituido por pensar distinto, por ser comunista, y quedó desempleado cuando era responsable de cuatro niños.

Héctor y Zelmar, como mi abuelo, como su generación, fueron culpables de pensar distinto, culpables de ser soñadores, culpables de ser coherentes, culpables de ser luchadores, culpables de querer un mundo mejor, culpables de ser un ejemplo que trascendió lo político-partidario y el tiempo. Fueron culpables de ser profundamente democráticos y de querer la libertad y la democracia tanto o más que a su propia vida; culpables de rebelarse contra la represión, la injusticia y el autoritarismo; culpables de su gran valentía y compromiso.

Todo hombre y toda mujer que luchen por la libertad, la democracia y la justicia social, que posean un espíritu democrático y cumplan un rol articulador, generador de diálogo, como nuestros homenajeados, se merecen un reconocimiento de este tipo, tanto de nuestra parte como de la sociedad en su conjunto.

Quiero aprovechar la oportunidad para saludar y hacer un reconocimiento, desde lo más profundo de mi ser, a sus familias. En el caso de Gutiérrez Ruiz, a Matilde Rodríguez Larreta y a sus hijos y, en el caso de Zelmar, quiero resumir este saludo en su nieta, Beatriz Michelini, Bea, como le decimos quienes la conocemos y la conocimos en la militancia, porque somos nietos de esa generación que sufrió la dictadura y hoy levantamos aquella bandera. Sin duda, ellos padecieron grandes injusticias –articuladas por los sectores más reaccionarios, más conservadores y más cobardes–, pero supieron también acompañar y apoyar a Héctor y a Zelmar, siendo pilares fundamentales tanto para su lucha y como para nuestra lucha.

En el día de la fecha no puedo dejar de reafirmar mi más profundo desacuerdo con quienes siguen entendiendo que la disciplina es sinónimo del régimen militar y que el orden está vinculado a la represión, al recorte de libertades y al autoritarismo.

Insisto: la construcción de una sociedad más justa, que apueste al desarrollo y que genere seguridad en su más amplio concepto –repito: que genere seguridad en su más amplio concepto–, se basa en la democracia, la participación y la libertad.

Señor presidente: hoy, a 40 años de sus muertes, muchas madres aún siguen buscando a sus hijos. El pasado domingo estas mujeres, que son ejemplo de amor y de lucha, no recibieron un apretado abrazo ni un beso de sus hijos. Siento la obligación moral de tomar un instante para mencionarlas porque son ejemplo, son inspiración para generaciones enteras. Cuando pienso en ellas me viene a la memoria el rostro, por ejemplo, de Luisa Cuesta, en cuyo nombre quiero hacer llegar un saludo, desde el corazón, a todas las madres. Repito: en su nombre quiero hacer llegar, desde el corazón, un saludo a todas nuestras madres.

Quiero relatar, muy brevemente, dos anécdotas; creo que el legislador Mahía se va a acordar de estos acontecimientos. Me refiero, en primer lugar, a uno de los más gratos momentos que me tocó vivir en este Parlamento, pero en otro rol, no el de representante nacional sino el de ciudadano, en esas mismas barras. Recuerdo, hace unos años, cuando recorría los pasillos del Palacio e intercambiaba, con José Carlos, visiones de lo que iba a ser, creo yo, una página más en la historia. ¿A qué me refiero? Al día en que el Estado uruguayo reconoció su implicancia en el caso Gelman. Además, recuerdo que ese día, cuando iba camino a la barra, me tocó cruzarme con quien en ese momento no conocía, Macarena, que iba acompañada de su familia. En su mirada percibí el amor y la lucha de años de toda su familia. Ese día, sin dudas, fue un respiro, una inspiración para todos los que nos comprometimos y sentimos esta causa como propia.

Quiero, además, recordar otra anécdota que se vivió también en el Palacio, pero con otro carácter y con otra connotación. En lo personal fue una de las decepciones más grandes que me tocó vivir, y nuevamente no fue como representante nacional, sino como ciudadano, desde esas barras. Me refiero al día que el Parlamento no llegó a los 50 votos. Recuerdo que varios jóvenes nos encontrábamos en la barra y estábamos expectantes de la decisión del Parlamento sobre la anulación de la ley de caducidad. Esa sesión terminó a altas horas de la madrugada. También recuerdo el sentimiento que tuvo una generación que fue marcada, que tenía expectativas en esa instancia. Recuerdo asimismo el abrazo y el secarles las lágrimas a muchos compañeros y compañeras que esperaban otro desenlace; recuerdo que cuando salimos de las barras nos esperaba una madrugada fría y oscura y que ese retorno a nuestras casas nos sirvió para reafirmar nuestro compromiso y para decir que la lucha continúa.

Lamentablemente, seguimos viviendo en un país con impunidad, con la impunidad de muchos que fueron protagonistas de torturas, de la captura del general Líber Seregni, del exilio de Wilson, de la muerte de Zelmar y de Héctor.

Señor presidente: el golpe de Estado propició el ocultamiento de las identidades de quienes integraron las patotas que ejecutaron las más terribles prácticas represivas contra el pueblo uruguayo; característica particular que vemos en otros procesos autoritarios, propia de la cobardía de los golpistas y represores, quienes arremetieron con armas y con un exceso de fuerza contra un pueblo pacífico y desarmado, y en muchos casos contra jóvenes y adolescentes con un fresco rostro de niñez.

Como joven en una sociedad que nos asigna un rol secundario, reivindico como generación que estamos en condiciones y que vamos a asumir con responsabilidad un papel activo y protagónico en la construcción de una sociedad más justa. Como estudiante, trabajador y legislador, en tiempos en que vemos, a lo largo y ancho del mundo, ejemplos de intolerancia a la diversidad política, a la religión, a la cultura y a la ideología, cuando pareciera que los intereses económicos importan más o tienen más peso que los propios derechos humanos, digo, a 40 años de los asesinatos, que debemos mantener la guardia siempre en alto ante la posibilidad de perder la democracia y el diálogo. Debemos aspirar día a día a aportar al cuidado de la libertad y a la construcción de la democracia.

Señor presidente: es por esto que hoy en el Parlamento recordamos a Héctor Gutiérrez Ruiz y a Zelmar Michelini, y mañana viernes marcharemos nuevamente por las calles de Montevideo exigiendo y buscando la paz, la verdad y la justicia.

¡Viva la democracia! ¡Viva la república! ¡Viva el Uruguay!

(Aplausos en la sala y en la barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- Continuando con la lista de oradores, tiene la palabra el señor legislador Gandini.

SEÑOR GANDINI.- Señor presidente: antes que nada quiero destacar el honor que significa para mí el hecho de que mi partido, mi sector, Alianza Nacional, me haya pedido que nuevamente hiciera uso de la palabra en un momento tan significativo para nuestra colectividad política, para la democracia uruguaya y, por supuesto, también para quien habla. Es un honor hacerlo en este Cuerpo, el máximo órgano de la soberanía popular de nuestro país, rodeado de colegas de todas las ideas, pero también de los familiares, de los seres queridos de los que hoy recordamos.

Hemos sido convocados para recordar, a 40 años de ocurridos, los asesinatos de Zelmar Michelini y de Héctor Gutiérrez Ruiz. No podemos recordarlos sin mencionar una vez más la investidura que tenían, porque asesinaron al último presidente de la Cámara de Representantes –cuando todavía lo era, porque el avasallamiento de las instituciones no impidió que Héctor Gutiérrez Ruiz siguiera siendo en el exilio el presidente de ese órgano– y a un senador de la república. Pero los asesinaron junto a quienes hoy también recuerda esta Asamblea General, otros dos ciudadanos que aparecieron torturados como ellos, antes de morir, en el mismo Torino rojo la noche del 21 de mayo de 1976: Rosario Barredo y William Whitelaw, dos extupamaros, ya en aquel tiempo. Eso explica –junto con la desaparición de Manuel Liberoff, en Argentina, ese mismo día– lo complejo, no solo de aquellos tiempos, sino también de la cabeza y la inspiración de quienes fueron autores materiales e intelectuales, directos y lejanos, de todo aquel proceso. Fueron tiempos complejos en la vida nacional y en nuestra región. Había caído hacía dos meses la última democracia en la región. El 27 de junio de 1973, cayó la democracia uruguaya; tres meses después, el 11 de setiembre, caía Salvador Allende, arma en mano, defendiendo las instituciones en la Casa de la Moneda de Chile; Paraguay y Brasil vivían en dictadura desde hacía tiempo. Y la inspiración de todo aquel modelo golpista y represivo tenía un solo autor y una sola cabeza.

Antes de referirme a esos dos grandes hombres quiero decir dos palabras sobre esos otros dos ciudadanos que aparecieron con ellos. Creo que el que mejor las dijo fue Wilson Ferreira Aldunate en la carta que le envió a Videla el 24 de mayo, un par de días después de que aparecieran sus cuerpos. Casi al final de su carta le dice: «Pero sí quiero decirle algo sobre los otros compatriotas cuyos cuerpos sin vida fueron “encontrados” junto a los de nuestros dos amigos. No los conocía. Se dice que pertenecían a una organización guerrillera, pero no tengo ningún modo de saber si ello es cierto o no.

Pero si tal fuera el caso, resulta evidente que se los mató al solo efecto de hacer aparecer a nuestros dos amigos como vinculados con la guerrilla. Y no sé si esto no es lo más abyecto de todo este sucio episodio: quitar la vida a dos seres humanos por la única razón de apuntalar una mentira. Quiera Dios que la saña de los asesinos respete por lo menos la vida de sus hijos desaparecidos».

El mismo Wilson Ferreira Aldunate, el 22 de marzo de 1987, a once años de estos episodios –de los que fuera protagonista cercano porque lo fueron a buscar unas horas después, cuando afortunadamente ya estaba a salvo y en custodia de sus amigos que lo protegieron, aunque no faltó a la cita de salir a buscar a sus dos compatriotas desaparecidos en esos días, recorriendo junto a Alfonsín cuantos cuarteles, comisarías y embajadas pudieron–, escribió en La Democracia –un semanario blanco que dirigía–, bajo el título «Junto al Toba y a Zelmar», el siguiente artículo, del cual voy a leer algunos párrafos: «Y como cada vez que nos llega el aniversario de aquel fatídico mayo del 76, nos aflige el temor de que el mito y aun el símbolo terminen por sustituir y borrar el recuerdo de aquellos dos personales reales, concretos, irrepetibles. Y hay que evitarlo a toda costa, porque a veces los hechos atrapan en su ovillo a figuras menores que se introducen, como de rondón, en la historia grande […] cuando se está muy cerca, el cariño le usurpa el lugar a la admiración. Más hoy, todos sabemos que en mayo de 1976 no hubo errores o dolorosas coincidencias. No se equivocaron, al elegir sus víctimas, quienes los hicieron matar».

Toba y Zelmar no eran amigos, eran como muchos de nosotros aquí: colegas, compañeros de trabajo, coincidentes en un montón de batallas y fuertes debatientes en otras. Quizás como mejor los recordamos es sentados al final de esta sala de la Asamblea General, contra esa pared de madera, juntos, dialogando, algo que los caracterizó. Eran personas diferentes: uno, siempre blanco, primero herrerista, siempre antiimperialista, y luego wilsonista, y tan nacionalista como Wilson; y el otro, siempre battlista y luego fundador del Frente Amplio. Venían de columnas diferentes, pero cada uno siendo protagonista en ellas.

En aquel editorial, Wilson decía: «Si queremos recordarlos, comencemos diciendo que no podían ser más “distintos”.

Cuando Michelini hablaba –y no me refiero solamente a sus discursos–, sus palabras fluían como un torrente que arrastraba y era arrastrado por una vertiginosa asociación de ideas sometida a un pensamiento lúcido y coherente. Ni la impresionante rapidez y facilidad de la expresión le hacían perder el equilibrio y la perfección formal de la frase, ni la vehemencia y el ardor, que le eran tan habituales, le quitaron jamás aquella lúcida coherencia. El ritmo de la oración o el viento a veces huracanado del discurso nunca pudieron más que él, haciéndole decir lo que no quería, o más de lo que quería. Y esta es virtud tan difícil como rara.

El Toba, en cambio, hablaba muy lenta y pausadamente; daba la impresión de ir pensando en voz alta; parecía estar invitando a quienes lo escuchaban a buscar con él el matiz exacto de la idea y la forma precisa de expresarla. Y terminaba siempre por establecer una especie de complicidad coloquial con sus oyentes o interlocutores, como si se sintieran interpretados o se estuvieran expresando por su intermedio. Temo no poder explicarlo mejor, pero así nos sucedía a todos, aun cuando no estábamos de acuerdo.

Sin embargo, sería un error creer que el elemento importante y definidor era, para uno y otro, su estilo de comunicación. Había otra cosa más que dominaba toda otra referencia, que era la forma impresionante y misteriosa en que llegaba a todos su autenticidad. Esto sí es imposible de describir y solo podrá ser entendido cabalmente por quienes –y son la práctica totalidad de los uruguayos de entonces– alguna vez quedaron atrapados por el mágico sortilegio: oyéndolos, se podía coincidir o discrepar, pero no podía dudarse, y no se dudaba, que oíamos a quienes creían firmemente, aun desesperadamente, en cada una de las cosas que nos decían. Era algo que venía del aval de la conducta, y de la palabra, la voz y el gesto pero también, seguramente, de la luz de los ojos: una mirada más fuerte en los de Zelmar, más suave en los del Toba.

Estos dos hombres “verdaderos” eran también radicalmente diferentes en su formación intelectual, como diversos eran los supuestos históricos y filosóficos de sus posturas políticas. Por eso sus coincidencias, cuando llegaron, obedecieron a causas muy profundas […]. Ambos se definían como progresistas, y en verdad lo eran. Y es reconfortante comprobar cómo a lo largo de toda su vida política estos dos hombres, invocando generalmente razones diferentes y hasta antitéticas, terminaron coincidiendo casi siempre en las propuestas y las soluciones. Casi todos los días, cuando a los oídos llega el reiterado y muchas veces retórico reclamo de justicia social, se advierte que en él hay, habitualmente, una pesada carga de crispación y hasta de odio y muy poco de compasión solidaria, esa que Zelmar y el Toba derramaban a manos llenas. Por eso es que los recordamos con tanta ternura, que es una forma superior de la alegría».

Es bueno que Wilson los recuerde aquí, porque con ellos también compartió aquel presente, difícil y repleto de desafíos. Estamos viviendo tiempos en los que vinculamos todos estos hechos a la justicia, pero la idea de justicia tiene más de una dimensión; está la justicia concreta y material, y está la otra, mucho más trascendente y poderosa.

Podemos recordar o pararnos en distintos episodios, podemos hacer énfasis en lo que aún falta conquistar –porque siempre faltará–, pero han sido diversos los caminos recorridos a lo largo de estos cuarenta años –con más de treinta de democracia– por todos los partidos políticos que han gobernado para conquistar a plenitud esa justicia concreta y material. Falta mucho, y seguramente quedará mucho por hacer, pero prefiero quedarme con la otra justicia, con la que ya se ha hecho. La otra es más trascendente: es la justicia que radica en que hoy los recordemos a ellos como símbolo de tantos muertos, presos, exiliados y desaparecidos. A ellos los recordará la historia y otros morirán, o ya han muerto, en el olvido. Quedan asociados a la oscura historia, al peor recuerdo de la intolerancia y el atropello, de la brutalidad contra la esencia histórica de este país, que ha vivido casi siempre en democracia, salvo cuando estas bestias quisieron asaltar el poder.

(Ocupa la presidencia el señor Guillermo Besozzi).

–En lo personal, prefiero recordar las victorias que han hecho justicia; la justicia trascendente se la damos aquí.

Decía Wilson, finalizando ese editorial: «Habrá que lograr que la proyección política de Zelmar y el Toba sea mayor aun que la que tuvieron en vida […]. Habrá que seguir en el duro aprendizaje y recoger la lección, para que los dos sigan viviendo.

Nos llega tan hondo el recuerdo del Toba y de Zelmar, y tenemos tanto cariño por su memoria y respeto por nosotros mismos, que jamás nos resignaríamos a evocar su recuerdo o invocarlos con fines que no fueran de unidad».

Creo que eso es lo trascendente. Ambos, en un día como hoy, nos convocan a la tregua, nos obligan a detenernos en la batalla cotidiana que nos divide y nos enfrenta, para mirar más largo, para mirar más lejos. Quizás aprendimos de ese duro camino. Uno solo valora cuántas veces respira por minuto cuando le falta el aire. Y aprendimos que aquella democracia formal –que en algún momento dejamos de valorar, y unos y otros perdimos de vista lo importante que era, unos más y otros menos, unos de un lado y otros del otro, y la gran mayoría en ninguno– tiene el valor fundamental de permitirnos discrepar para construir.

Mantenerlos vivos es no perder el rumbo de las grandes coincidencias, de los valores trascendentes, y no perder de vista que ganamos: le ganamos a la intolerancia, al atropello, al autoritarismo. ¡Me quedo con los uruguayos silenciosos del 30 de noviembre de 1980; me quedo con la marcha de la primavera estudiantil, con la generación del 83, con los que encontramos la grieta en la Ascep y en el PIT, con las reuniones clandestinas, con los uruguayos en el exterior recorriendo congresos de otros parlamentos y organizándose en solidaridad; me quedo con el retorno de los exiliados; me quedo con la ley de amnistía; me quedo con la liberación de Wilson y aquella noche en la cual lo recibimos y lo acompañamos, con cientos de fogones en su recorrido desde un cuartel hasta la plaza libre; me quedo con su retorno el 16 de junio con banderas de todos los partidos políticos! ¡Esa es la victoria! ¡Me quedo con las cacerolas de los uruguayos escondidos en los balcones con las luces apagadas, pero expresando su voz de libertad! ¡Les ganamos! ¡Y esa es la vida! ¡Me quedo con esta Asamblea General, de este día de hoy, 40 años después, que en los balcones, pero sobre todo acá, convive con mochilas de aquellos tiempos! ¡Hay aquí protagonistas directos e indirectos de aquellos tiempos, de un lado y del otro, hijos de, muchos –también de un lado y del otro–, de muertos y desaparecidos, y sin embargo, nos enfrentamos en paz!

(Ocupa la presidencia el señor Raúl Sendic).

–Decía Wilson, en un reportaje que escuché hace muchos años, cuando nos juntábamos en la casa de algún militante de las coordinadoras de la juventud, en tiempos de dictadura, a escuchar uno de esos casetes que llegaban a escondidas, que Uruguay es un raro fenómeno. Es un país chiquito, que no lo dividen de sus vecinos ni cordilleras ni mares, no lo distinguen su historia ni su idioma pero, sin embargo, somos distintos: somos una comunidad espiritual que ha logrado sobrevivir diferente a la naturaleza de otros pueblos y países de la región. ¡Y ojalá sigamos siendo diferentes! ¡Ojalá podamos homenajear todos los días a todos aquellos que dieron libertad, principios, cuerpo y sangre, para que vivamos en democracia! Ojalá estemos a la altura y no perdamos de vista las cosas en las que coincidimos, porque a veces el fragor de la batalla nos hace olvidar todas aquellas cosas que son comunes a nosotros. Basta mirar cómo es la política en la región, cómo son los partidos en la región, para sentirse orgulloso de ser uruguayo, y para que sigan viviendo, estemos a la altura de quienes vivieron y murieron por esas cosas.

Muchas gracias, señor presidente.

(Aplausos en la sala y en la barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- Continuando con la lista de oradores, tiene la palabra el señor legislador Cardoso.

SEÑOR CARDOSO (Germán).- Señor presidente: quien habla y el resto de la bancada de legisladores del Partido Colorado desean transmitir su respetuoso saludo y solidaridad para con los familiares presentes de las personas que estamos homenajeando en el día de hoy: tanto la familia de Héctor Gutiérrez Ruiz como la de Zelmar Michelini.

Evidentemente, como señaló el legislador Gandini, hoy estamos conmemorando los 40 años de un hecho muy trágico y lamentable. Junto a estos dos relevantes compatriotas también fueron asesinados otros dos ciudadanos, Rosario Barredo y William Whitelaw, quienes no tenían la notoriedad y exposición pública que sí tuvieron Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz. Creo que, de hecho, eso explica que en los actos que recuerdan el cruel asesinato de dos legisladores en funciones, siempre e inexorablemente las palabras vertidas refieran a comentarios y particularidades de estas dos grandes personalidades que tuvo el país.

Voy a intentar ser breve; no haré una reseña histórica de las características políticas y personales de estos dos grandes hombres porque los colegas que me han precedido en el uso de la palabra ya lo han hecho. Sí quiero dejar alguna impresión y alguna otra reflexión. Debe quedar claro que la reflexión proviene de alguien que tiene 42 años. Hoy quien habla tiene la misma edad que tenía Gutiérrez Ruiz cuando lo asesinaron; en aquellos tiempos aún no había cumplido mis tres años, solo tenía poco más de dos años. Digo esto para que se entienda que estas palabras provienen de alguien que ni siquiera tenía uso de razón cuando sucedieron aquellos trágicos hechos. En realidad, me fui formando opinión a partir de la documentación de la época y en la medida en que fui transitando mi carrera política, además de escuchar los relatos familiares de amigos y padres que a uno le transmitían permanentemente.

Quiero señalar que mis expresiones parten de quien siente que los que perdieron a un familiar directo en aquellas circunstancias tienen todo el derecho de querer saber más de lo que sucedió exactamente; tienen el legítimo derecho humano de saber dónde están los restos de ese ser querido, de ese familiar, para poder de alguna manera cerrar un ciclo y lograr hacer ese duelo definitivo que todo ser humano necesita realizar.

Han transcurrido cuarenta años. Para algunas cosas, cuarenta años es mucho tiempo, pero para la vida de un país o para la vida política no lo es tanto. En todas estas circunstancias, del transcurrir del tiempo me preocupa, como legislador, que no se haya llegado a una reconciliación nacional definitiva. Desde la reflexión, creo que esa es una imperiosa necesidad y una responsabilidad que tenemos por delante quienes hoy somos legisladores, precisamente en homenaje a aquellos dos grandes colegas –porque eso son– que fueron asesinados y a quienes hoy estamos recordando.

Seguimos presenciando, día a día, justos y legítimos reclamos de una parte que quiere saber, y también –debemos decirlo– de otras partes que en más de una circunstancia se han hecho oír –o se han querido hacer oír– al expresar los excesos que se vivieron en aquellos tiempos, que formaron parte de las páginas más oscuras y tristes de la historia política nacional y que doy por descartado que nadie, ninguno de los que estamos aquí queremos volver a repetir.

En estos cuarenta años se ha avanzado, señor presidente y estimados colegas, trabajando sobre el tema: se han creado ámbitos de discusión y de investigación para tratar de esclarecer estos crímenes y muchos otros que también ocurrieron y que están pendientes de una respuesta, de una decisión o de una definición que logre, de alguna manera, zanjar lo que referíamos anteriormente.

La reflexión que quiero hacer es que se ha trabajado y que se ha avanzado, pero desde el Poder Ejecutivo. En el último gobierno del Partido Colorado se creó la Comisión para la Paz y a partir de allí se comenzó a edificar; en los sucesivos gobiernos del Frente Amplio, se trabajó desde diferentes modalidades o modelos de trabajo o de grupos, pero siempre desde el Poder Ejecutivo. Insisto: siempre fue desde el Poder Ejecutivo. En todos esos ámbitos ha trabajado gente de manera muy honesta, que ha dedicado horas, labor y conocimiento, intentando abundar en interrogantes, pero esa gente nunca fue designada por sus partidos políticos. Sí hubo participación de la Iglesia y de otras instituciones, pero es aquí donde me quiero detener: nunca ha participado institucionalmente el Parlamento en este tipo de situaciones.

He escuchado con atención las palabras de todos los colegas que me precedieron en el uso de la palabra, pero por su referencia a esto me quedo con lo que manifestó el señor legislador Posada. Iván decía que hay un gran debe con estas dos personas, y hacía referencia, fundamentalmente, a lo que es el reconocimiento a la trayectoria y a la obra de Zelmar erigiéndole una estatua. ¡Vaya que sería justo que el Parlamento pudiera tomar acciones para materializar lo que se propuso en su momento y no se ha concretado aún!

Como señalaba –y lo que voy a manifestar es muy personal–, siento que en todo este proceso que hemos venido transitando en los últimos años –a partir de principios de la década del 2000, y durante las tres Administraciones del Frente Amplio–, institucionalmente estamos en un debe con nuestros colegas. Creo que ha llegado la hora –así vamos a proponerlo, coordinando y conversando con el resto de las bancadas políticas– de crear una comisión parlamentaria bicameral, con representación de todos los partidos políticos, para trabajar junto con el Poder Ejecutivo a fin de seguir sumando esfuerzos, sin ningún tipo de limitaciones para continuar dando cumplimiento y avanzar en lo que se ha venido haciendo.

El presidente de la república, doctor Tabaré Vázquez, en su primer período de gobierno –en el año 2006– tuvo, a nuestro juicio, la valorable iniciativa de proponer el 19 de junio como Día del Nunca Más, para que esa fecha se reconozca como día de reencuentro y de reconciliación entre orientales, más allá, por supuesto, de no dejar de reconocer el natalicio de nuestro principal líder nacional y prócer, el general José Artigas, en quien todos nos vemos reflejados.

Quiero ir terminando y ser breve, ya me va a suceder en el uso de la palabra el legislador Michelini que ¡vaya si, desde el punto de vista humano, tendrá que ver en esto! Nos despierta interés escuchar su visión y su relato de los hechos.

Hacemos este planteo aquí de manera pública y oral, manifestando que vamos a conversar con el resto de las bancadas con el único objetivo de seguir avanzando en estos temas, que creo deben convocarnos y llamarnos a la responsabilidad de la reconciliación nacional, del acuerdo, de aprender y de edificar a partir de esas situaciones, dejando bien claro que ninguno de nosotros nunca más quiere vivir hechos de este tipo.

Muchas gracias.

(Aplausos en la sala y en la barra).

–Señor presidente: en uso de mi tiempo concedo una interrupción al señor legislador Conrado Rodríguez.

SEÑOR PRESIDENTE.- Tiene la palabra el señor legislador Rodríguez.

SEÑOR RODRÍGUEZ (Conrado).- Señor presidente: agradezco al legislador Cardoso por haberme cedido el uso de la palabra para poder decir unas palabras en el homenaje que estamos rindiendo en el día de hoy.

Hago mías las palabras que pronunciara el legislador Tabaré Viera sobre la vida y la personalidad de Héctor Gutiérrez Ruiz en ocasión del homenaje que le hiciera la Cámara de Representantes el martes pasado, así como también las palabras de la legisladora Viviana Pesce, que hoy también habló en el mismo sentido.

Saludo con enorme respeto, afecto y admiración a Matilde Rodríguez Larreta y a toda la familia de Héctor Gutiérrez Ruiz.

Por cuestiones familiares, permítanme referirme a Zelmar y a lo que fue su vida. Diría que para mí que no es solo una obligación espiritual referirme a él, sino que también lo siento como una necesidad por lo que para mi familia significaron su figura, sus sueños y su entrañable amistad.

Zelmar fue un gran político, excepcional orador, portador de un carisma arrollador y cautivante que, podríamos decir sin hesitación alguna, marcó una era. Fue estudiante de abogacía, dirigente sindical bancario, secretario personal de don Luis Batlle, diputado, senador, ministro y periodista. Conoció la gloria y la derrota; cosechó amigos y se distanció de otros como fruto de los sinsabores de la política, pero jamás dejó de luchar por lo que pensaba.

Zelmar fue un gran soñador y un gran luchador. Ante la formación de la Lista 99 en el año 1962 –como bien decía el legislador Posada–, cofundada entre Renán Rodríguez –mi abuelo– y Zelmar Michelini, Renán decía en aquel momento: «El lazo entre el grupo de Michelini y el nuestro fue el doctor Enrique Martínez Moreno. En un primer momento Zelmar no se había manifestado partidario de la fusión, pero cuando se produjo el retiro del número de lista, el mismo Michelini me abordó en una de las salitas de la cámara en donde solíamos tomar el café y me dijo: “De aquello que habíamos hablado, ¿podemos conversar de nuevo?”. Yo le contesté que por supuesto y, casi de inmediato, nos reunimos en la casa de Antúnez Giménez, donde quedaron trazados los futuros pasos a dar». Allí se dio la unión, a través de ese café.

La Lista 99 fue una síntesis perfecta de gente proveniente de distintos nucleamientos, pero con una base común en su ideario batllista, que quiso y propuso proyectar hacia el futuro sus viejas raíces con renovadas fuerzas, dejando de lado el inmovilismo que provocaban los corsés del pasado. Pero la 99 también fue una síntesis perfecta de lo que la gente quería y quiere. ¿Quién no recuerda en este país el fenómeno de la Lista 99? Para los que vivieron en aquella época –hace cincuenta y cuatro años– y también para los que vinieron después, siempre fue una referencia de fuerza, de juventud, de pujanza, de concebir como posible lo imposible, lo difícil como conquistable; fue una referencia de vida y fundamentalmente de esperanza, porque era eso, ni más ni menos. Hubo una síntesis de democracia que sin duda Zelmar Michelini forjó y a la que contribuyó de forma especial.

En ocasión de la reforma del año 1966, Renán se despedía de Zelmar y demás amigos de la Lista 99 para quedarse defendiendo lo que él entendía era uno de sus pilares en la vida: el colegiado. En esa carta de despedida de la Lista 99, Renán le decía a Zelmar: «Siempre he procurado defender el corazón del dolor de las despedidas, repitiéndome a mí mismo que son consecuencias fatales del proceso de la vida. Confieso que el ejercicio mental jamás logró liberarme de esa angustia, tal vez nunca más sentida que ahora. No tengo dudas de que en el resto de mi vida este momento tendrá repercusión melancólica. Con usted y con los demás amigos, hasta hoy compañeros de causa, el más apretado abrazo». Ese cariño, ese respeto, esa amistad hacia Zelmar continuó en el tiempo, a pesar de que sus caminos se bifurcaran.

En lo personal, siento que hoy no es una ausencia la que evocamos sino, por el contrario, una presencia la que aclamamos.

Así que, señor presidente, sobradas razones tenemos para recordar y homenajear a Zelmar Michelini los que como él y como todos ellos, desde viejos cauces aspiramos, con renovadas fuerzas, a un mismo futuro de esperanza para la democracia y la república.

Vaya mi saludo fraterno y el de mi familia a sus familiares y amigos, y a los amigos que tenemos en común, como el exsenador de la república Carlos Cassina, que se encuentra presente. Seguramente, desde donde Zelmar y Renán estén, volvieron a conversar de lo hermoso de aquellos momentos, otra vez a través de un nuevo café.

Muchas gracias, señor presidente, y agradezco al señor legislador Cardoso por el tiempo que me ha cedido.

(Aplausos en la sala y en la barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- Para cerrar este homenaje, tiene la palabra el señor legislador Michelini.

SEÑOR MICHELINI.- Señor presidente: quiero agradecer doblemente, primero a todos los legisladores que plantearon que yo cerrara este homenaje con unas palabras a quienes hoy se recuerda y que contara algunas cosas que, quizás, pudieran poner más en relieve el momento y la figura de mi padre, y segundo, agradecer todas las palabras que se han dicho. El reconocimiento que hay a mi padre en la sociedad uruguaya y el hecho de que, después de cuarenta años, se manifieste en la Asamblea General, nos llena de orgullo. Y también hay que agradecer que lo digan todos los partidos políticos, con ese sentido de nobleza que nos caracteriza a los uruguayos. Hay que ser agradecidos en la vida, señor presidente.

Venía a contar algunas cosas personales porque no iba a agregar nada sobre temas políticos pero, obviamente, surgen algunas cosas. Sobre estos cuarenta años que han transcurrido, quiero precisar que no sé por qué los seres humanos en los números redondos construimos más, recordamos más u homenajeamos más a aquellas figuras que nos sirven de referencia –no sé por qué–, pero hubo iniciativas de todo tipo y quiero trasmitir el agradecimiento, primero en la figura de mi hermana, Cecilia Michelini, que lleva adelante la Fundación Zelmar Michelini.

(Aplausos en la sala y en la barra).

–También quiero trasmitir el agradecimiento en los familiares del Toba –porque así lo conocemos– Gutiérrez Ruiz, que también acercaron iniciativas, y en la figura del señor legislador Heber. ¡Tantas cosas nos separan, señor legislador, y tantas cosas nos juntan!

(Aplausos en la sala y en la barra).

–Asimismo, quiero hacerlo en el señor legislador Gandini, que ha tenido una acción muy proactiva en estos temas y una relación muy personal con la familia de Gutiérrez Ruiz; en el señor legislador Posada, que ha tenido iniciativas; en el legislador Amorín Batlle. También quiero hacerlo en otros que no están aquí porque en estos días están realizando conciertos en varias partes del mundo, y en las juntas departamentales. La semana que viene voy a viajar a Buenos Aires para estar presente en el homenaje que tributará el Senado argentino a estas dos figuras que tanto recordamos.

¡Esto es producto de los cuarenta años de su fallecimiento! Quizás el año que viene –que no termina en cero, porque hará 41 años de estos hechos– estará en el corazón de todos, pero no estaremos haciendo homenajes como el que se rinde en el día de hoy.

Creo que mis primeras palabras no deben ser con respecto a Zelmar, sino para trasmitir brevemente algunos aspectos.

¡La figura de Manuel Liberoff es inmensa! Lo que pasa es que su desaparición ocurrió en el mismo momento, quizás hasta por los mismos servicios represivos, junto con la del presidente de la Cámara de Representantes y de un senador, en la figura de Zelmar Michelini. Déjenme decir que era más que un senador. Entonces, a esa figura inmensa de un médico que atendía personalmente –muy a la uruguaya–, que estaba exiliado en la Argentina, que era comunista –en esa tradición que muchos médicos tenían en ese momento–, lo sacan del hospital sabiendo que, al hacerlo, lo mataban. Porque, ¿qué información le podían sacar a Liberoff? ¡La que él no daba! ¡No se las iba a dar porque cualquier apremio implicaba su muerte! ¡Era un asesinato a sabiendas de lo que ocurriría cuando lo retiraran de la sala del hospital!

Mis primeras palabras también están referidas a Rosario Barredo y William Whitelaw. Habían sido militantes del MLN, guerrilleros; habían dejado las armas y estaban buscando otros horizontes como muchos jóvenes en ese momento, y los terminan incorporando al asesinato de dos figuras para dar esa señal de terrorismo de Estado. Como tantos uruguayos, podrían haber terminado desaparecidos, pero los juntan, los amañan para tratar de dar esa señal de que ellos «pueden contra todo y con todo». Seguramente, si la vida les hubiera permitido –porque eran muy jóvenes–, y teniendo la vocación política tanto como cada uno de nosotros, alguno de ellos dos hubiera llegado quién sabe adónde. ¡Les quitaron la vida siendo tan jóvenes, señor presidente, que no lo sabemos!

Creo que el tema en ese momento era el de las libertades. Creo que el Toba lo sabía bien. Cuando el Toba, presidente de la Cámara de Representantes, va a la sede del Partido Comunista y se enfrenta a las fuerzas represivas de ese momento –lo hace junto con Jaime Pérez, se lo informan en la Cámara de Representantes– ¡no era que el Toba Gutiérrez Ruiz acompañara las ideas del Partido Comunista!; tenía claro que si ahí ocurría una desgracia, si ahí ocurría un asesinato en masa, una masacre, obviamente que la situación tan débil de la democracia uruguaya en ese momento se iba a ver desbordada. No era un hombre –como no lo somos casi ninguno de nosotros– que anduviera con custodia, y menos en ese momento. ¡Fue y los enfrentó a cara descubierta! Lo hizo solo con la chapa institucional, que también para los militares valía. No todos los militares acompañaron en su corazón el golpe de Estado. Por supuesto que había un sector represivo fuerte y duro que se llevaba todo por delante. Seguramente, en ese momento habría algún oficial o coronel que se dio cuenta de que todo tenía un límite y de que estaba el presidente de la Cámara de Representantes.

Por eso digo que el tema de las libertades estaba presente, incluso en algunas votaciones sobre las que no voy a generar polémica, pero uno ve, con el correr de los años, que no debieron hacerse por el Parlamento, más allá de lo que en cada una de las circunstancias –¡creo que también estaban hechas tratando de frenar al ogro que se venía!– cada uno tomó a su forma. Lo que sucede es que el terrorismo de Estado, al igual que en todos los países en los que se dio, no aparece desde el primer momento, sino que va haciendo prueba y error. Genera un hecho, después otro, y después otro, hasta que doblega y despierta ese sentimiento de terror de que la propia autoridad puede todo, se lleva todo por delante y no respeta nada.

Hubo muchos casos fuertes de terrorismo de Estado, señales muy importantes como, por ejemplo, el envío de los vinos envenenados a integrantes del Directorio del Partido Nacional, episodio que le costara la vida a la madre del señor legislador Heber. ¡Terrible! ¡Un hecho terrible! Planificado con frialdad y dirigido a destrozar tres familias. Y si bien Cecilia Fontana fue la única víctima, pudo haber sido mucho peor. Sé que eso no repara en nada el dolor ni el sufrimiento que tuvo la familia de nuestro compañero de Senado, el señor legislador Luis Alberto Heber, y todos los que vivimos ese momento.

Además, hubo otros hechos. La masacre de la 20. Cuando no pudieron concretarlo en la sede del Partido Comunista, dos días después lo hicieron en el seccional 20. Lo hicieron contra el Partido Comunista, tratando de generar la circunstancia para que ese partido tomara el camino de las armas. Son hechos: uno ocurrió contra una organización que tenía mucha vinculación a nivel sindical –la tiene hoy también– y, otro, contra un partido como el Partido Nacional, en ese momento obviamente en la clandestinidad, con figuras como Lacalle, Heber y Carlos Julio Pereyra. Son hechos muy fuertes.

También cabe recordar todo lo que fueron las persecuciones al MLN. No estoy hablando de algún enfrentamiento armado, que hubo muy pocos –si es que existieron–, sino de todas las circunstancias de persecución y muerte, o las desapariciones ocurridas en Argentina de integrantes del Partido por la Victoria del Pueblo, así como el segundo vuelo –que a veces olvidamos–, o la propia persecución que se hizo a los GAU –Grupos de Acción Unificadora–, organización que hoy no existe, que fue creada por Héctor Rodríguez y que fue perseguida en la Argentina. No sé por qué, pero la mayoría de las muchachas que apresaron en aquel momento estaban embarazadas. Lo sé porque conozco a una persona que también estuvo en el Pozo de Banfield y que las atendía cuando ellas daban a luz; así me lo contó el hijo del dueño del hotel Liberty, donde vivía papá, una persona muy grandota que, cuando estuvo detenida, perdió peso rápidamente y, por tanto, podía sacarse las esposas. Como no lo tenían vinculado a ninguna organización, lo dejaban un poco más libre. Él ayudada a esas muchachas cuando daban a luz. Me contaba que días antes de que dieran a luz venían personas junto con los militares, les sacaban la capucha para ver sus facciones y confirmar si podían vender al niño que nacería en pocos días. Todo eso ocurrió.

Ahora bien, si hay algo que marca el terrorismo de Estado son los asesinatos del 20 de mayo, porque es un hecho que reúne todas las condiciones: tiene a un hombre del Partido Nacional y presidente de la Cámara de Representantes; tiene a una figura tan emblemática como Zelmar Michelini, senador de la república, batllista, constructor y fundador del Frente Amplio; tiene jóvenes –sabemos que en ese momento los jóvenes representaban una irrupción en la política–, y también tiene algo de lo que se ha hablado poco. En ese momento se estaba conversando –era el año 1976, por lo que correspondía que se llamara a elecciones– sobre una apertura. No hay que olvidar que meses antes –creo que fue en setiembre u octubre de 1975– en Paysandú, Vegh Villegas –ministro de Economía y Finanzas en la época de la dictadura– frenó a un coronel que estaba descalificando a Wilson Ferreira Aldunate, diciéndole que era un gran hombre. En ese entonces se estaba conversando sobre la posibilidad de recuperar la democracia. Que un hombre de la dictadura saliera a defender, frente a un uniformado, la figura de Wilson Ferreira Aldunate, era como decir: «Si ustedes van contra él, acá jamás va a haber arreglo». Y Wilson conversaba con el resto del exilio.

Tengo aquí una carta, que no voy a leer ahora, señor presidente, que mi padre le manda a Quijano y que este recibe después de que mi padre fuera asesinado. En ella le cuenta todo lo que iba a ocurrir –que iba a haber partidos excluidos y figuras proscriptas–, pero entendía que la salida había que aceptarla, poniéndose firmes para que las exclusiones fueran las menos posibles y que los partidos proscriptos también fueran los menos posibles. En esa negociación que el Uruguay iba a tener que hacer para salir tenían que ser firmes y no claudicar. Eso le cuenta a Quijano en una carta que es leída luego de que Zelmar había fallecido y cuando, naturalmente, toda esa posibilidad de apertura estaba terminada. Era una apertura que implicaba muchas cosas, entre ellas, recuperar la libertad de cientos de uruguayos. No sé si el señor legislador Agazzi estaba preso en ese momento –año 1976–, pero estamos refiriéndonos a personas de carne y hueso.

Volviendo a ese hecho, que para mí marca el terrorismo de Estado, quiero hacer otras puntualizaciones. El auto Torino apareció en la intersección de las calles Dellepiane y Perito Moreno. Es el apellido de mi madre; la señal era completa, más allá de que se dejaron unos volantes como para que la responsabilidad pareciera ser de una organización guerrillera argentina. No podía caber duda de que ese hecho simbolizaba que ellos se llevaban todo por delante. Y creo, señor presidente –me arriesgo a decirlo–, que ese fue el principio del fin. Esa simbología de que ellos se llevaban todo por delante unió a los uruguayos, quienes dijeron: «Con estas bestias no podemos seguir».

Por supuesto, pusimos paños fríos; por supuesto, pusimos cabeza; por supuesto, vinieron hechos que marcaron ese terrorismo de Estado más firme, pero si hay algo que empieza a construir el voto por el NO del plebiscito de 1980 –aunque todavía ni siquiera se hablaba de ello– fue ese horror que cometieron las bestias que estaban desembozadas.

Yo quería contar algunas cosas para darle a este acto un toque humano, señor presidente. Obviamente, luego podríamos pedir a los familiares de Gutiérrez Ruiz que agreguen algunos comentarios de ese tenor. Digo esto porque eran figuras increíbles en la política nacional, pero también eran padres de familia. Y fue mi padre. Recuerdo la primera vez que lo vi patear una pelota, cuando tomó conciencia de que estaba siendo un gran deportista; estaba de traje y corbata, había venido del Senado no sé por qué, y se puso a patear la pelota con nosotros, que estábamos en el fondo de mi casa.

Recuerdo también cuando íbamos por la rambla; no sé si Felipe, mi hermano, lo sabe. Pocas veces íbamos solos; éramos diez hermanos, así que no era lo habitual. Era difícil tener el privilegio de estar solo con mi padre. Recuerdo que en una de esas oportunidades tomé un libro de poemas de Alba Roballo y, de repente, mi padre paró el auto y se puso a recitar un poema y luego otro. Me sorprendió, primero, porque los había leído y, segundo, porque hizo un acting. Repito, me sorprendió. Él estaba tratando de transmitirme cosas en ese momento. No lo hizo adrede, pero, repito, me sorprendió.

Recuerdo que, estando ya exiliado –estamos hablando de Zelmar Michelini, una figura brutal, con las denuncias desde Argentina sobre las violaciones de los derechos humanos, en reuniones con Wilson, con Gutiérrez Ruiz y otros tantos–, se casa mi hermana Isabel con quien es su actual marido, Enrique, que en ese momento era menor. Yo no estuve en el casamiento, pero recuerdo uno de esos viajes a Buenos Aires y que mi abuela Aída, la madre de papá, estaba allí. Papá y yo fuimos –no recuerdo si también fue algún otro hermano– hasta el hotel donde estaban alojados. Mi padre se sienta en la cama, con la espalda contra la pared y las piernas al aire, y mi abuela lo empieza a regañar porque estaba dejando que mi hermana se casara con un menor. Y mi padre bajó la cabeza. Yo veía, por un lado, esa figura tan inmensa de Zelmar Michelini y, por otro, a la madre que lo estaba sermoneando. Él balbuceaba y trataba de explicar que estábamos viviendo otro mundo, otro momento, pero la madre lo increpaba por permitir que su hija Isabelita se casara con un menor y le decía que no tenía vergüenza. ¡Era algo increíble! Supongo que sería, más o menos, el año 1974. Lo cierto es que eso yo lo viví. Es increíble cómo una persona de tal dimensión actuaba así frente a su madre; en realidad, es lo que sucede siempre con cada uno de nosotros, pues las madres son las madres.

En mi casa siempre se hace un comentario –yo no estuve presente– sobre la foto que se saca en una plaza con mis dos hermanos mayores, Luis Pedro y Zelmarcito, o Chicho, como le decimos. Papá no era demasiado alto; parece que ese tema siempre estaba flotando. Mis hermanos empezaron a crecer, a hacerse hombres y a superarlo en altura. Entonces, en una oportunidad van a una plaza y deciden sacarse una foto con una de aquellas cámaras que quienes tenemos canas sabemos que había antes en esos lugares. En el momento en que se enciende el flash, él se pone en puntas de pie. Como la foto era de la mitad del cuerpo hacia arriba, él parece más alto que mis hermanos. Zelmar tenía esa picardía. También me cuentan que llega a una reunión con Mario Benedetti –estamos hablando de Mario Benedetti y de Zelmar Michelini juntos, en el medio de la dictadura en Uruguay, con todo lo que pasaba– y mi padre le dice que él siempre hablaba documentado, que tenía allí el documento, y le muestra la foto. Empiezan a discutir y Mario le dice que no es más alto que sus hijos, a lo que mi padre responde que tiene el documento para demostrarlo. Es cierto que en la práctica, cada vez que hablaba, se documentaba, sobre todo cuando denunciaba torturas. Pero él tenía esa cosa de que los hijos no lo pasaran, y mostraba el documento, con la picardía absoluta que había hecho.

Siempre nos daba lecciones de vida. Cuando hay diez hermanos sucede todo tipo de cosas en la casa, y nuestras hermanas no eran fáciles. Cuando íbamos a reclamar a nuestro padre ante alguna judeada de una hermana, si se enteraba de que le habíamos pegado para repeler el ataque, nos decía: «A las mujeres no se les pega». Queríamos explicar la circunstancia que nos había llevado a eso, pero mi padre repetía que a las mujeres no se les pega y prácticamente no repetía otra frase. Yo les enseñé eso a mis hijos varones, que a las mujeres no se les pega, como una cosa fuerte; no importa lo que haya ocurrido, lo que importa es lo que uno esté haciendo. Otra frase que repetía mucho era: «A las armas las carga el diablo». Tenía una obsesión con eso y permanentemente lo decía.

Otro momento que viví como muy fuerte tiene que ver con un episodio en el auto. La camioneta Grumett de la familia estaba rota y le habían prestado a papá un De Soto, aquellos autos largos y grandotes. Circulábamos de noche en el De Soto hacia el este –quizás Felipe también iba, sinceramente no lo recuerdo muy bien– por la calle 26 de Marzo cuando tenía doble flecha. A la altura de Pagola, cuando la calle hace esa curva tan pronunciada, nuestro auto queda enfrentado a otro. Mi padre pega en el volante del auto y dice: «No me van a pegar sentado». Yo, que tendría 12 o 13 años, quedé petrificado, frío; tampoco me levanté a ayudarlo, no fui muy valiente. Ahí vi, entre los focos, que mi padre avanzaba y una mole, inmensa para mí, avanzaba del otro lado; era el Pulpa Etchamendi, en ese momento director técnico de Nacional. Van avanzando y se funden en un abrazo. Yo no me moví del auto, imagínense que menos aun viendo esa mole. Después seguimos y nunca le pregunté si cuando dijo: «A mí no me van a pegar sentado» ya sabía que era el Pulpa Etchamendi y que no le iban a pegar ni sentado ni parado porque no tenía ningún problema con él, o había optado por enfrentar una situación de riesgo. De todas formas, en ambas opciones el mensaje era que si te van a pegar, hay que enfrentar las cosas con dignidad y no indignamente. A mí me quedó esa lección de por vida.

Retomando el tema político, creo que mi padre estaba obsesionado por el tema de la tortura, pues no podía creer que en su país batllista agarraran a un ser humano, no tuviera garantías y lo destruyeran física y moralmente a fin de que confesara una verdad o una mentira, porque lo que la persona desea es cortar de una vez con el sufrimiento. Él siempre decía que nunca se puede saber lo que van a contar, porque una persona a la que están torturando puede decir lo que sea con tal de terminar con el sufrimiento. Esa fue su práctica. Por supuesto que el tema de las desapariciones vino después con mucha más fuerza, aunque ya había habido algunas. Pero el tema de la tortura lo amargaba. No sé si era Iván Posada quien hacía referencia a que tuvo un envejecimiento fuerte en Buenos Aires, y lo que puedo decir es que él estaba amargado por eso, pues no podía creer que el Uruguay que conocemos hiciera eso con las personas. Ese fue su mensaje en el Tribunal Russell, donde va a denunciar, por supuesto la dictadura uruguaya y todo lo que se hacía, pero sobre todo, la tortura. Él dice allí: «Solo queremos que nuestra verdad se divulgue, en todos los rincones del mundo», y más adelante expresa: «En este Tribunal Russell II representamos a los que no han podido venir porque desaparecieron de la faz de la tierra asesinados por el régimen, a los que no pueden llegar porque han sido mutilados, a los que no han podido hacerse oír porque sus mentes se han cerrado para siempre, víctimas de los tormentos padecidos. Nuestra voz es la de todos aquellos que habiendo sufrido no pueden gritar su rebeldía, no pueden proclamar su lucha, pero no solo es una voz de acusación y de condena, es también la voz de la esperanza y de fe». Él siempre tenía muy presente lo relativo a la fe y la esperanza.

Para finalizar, quiero hacer una reflexión, que es personal, ya que no quiero involucrar a nadie. Creo que cuando nosotros recordamos –en realidad, pienso que el verdadero homenaje es la justicia– no estamos mirando para atrás –muchas veces se nos ha acusado de eso–, sino para adelante, porque estamos dando a las nuevas generaciones un país en libertad. Para que se pueda ejercer esa libertad, debemos tener un país sin miedo, pues el que tiene miedo no ejerce la libertad; en cambio, el que no tiene miedo ejerce a plenitud la libertad.

Yo he enumerado solo algunas de todas estas cosas que han sucedido. El otro día hablábamos con el señor legislador Carámbula de otras situaciones. Por ejemplo, la prisión de Wilson podría ser todo un capítulo, y muchas veces conversamos de eso con Juan Raúl Ferreira.

Siempre hay que tener cuidado con el tema de la libertad –y lo dice una persona marcada fuertemente por el sentimiento de la igualdad– porque cuando se afecta, no queda nada: cuando afectamos la libertad y la gente tiene miedo de ejercerla, afectamos todo.

Nosotros estamos heridos y condicionados por todo lo que pasó, pero tenemos que procurar que las nuevas generaciones –no solo mis hijos, sino en un futuro mis nietos– vivan con libertad, sin miedo, sabiendo que eso nunca más va a volver a pasar. Y nunca más va a volver a pasar porque permanentemente lo estaremos recordando, teniendo en cuenta que hay que defenderla. El día que la perdimos, perdimos mucho más que un poco de libertad, y para que eso no vuelva a ocurrir hay que «regarla permanentemente».

Para terminar, señor presidente, digo que nunca puede faltar ese reclamo de verdad, de justicia y de memoria. ¡Nunca más terrorismo de Estado!

Muchas gracias.

(Aplausos en la sala y en la barra).

SEÑOR PRESIDENTE.- De esta manera hemos concluido el homenaje que la Asamblea General acordó realizar.

Muchas gracias a todos por su presencia.

5) LEVANTAMIENTO DE LA SESIÓN

SEÑOR PRESIDENTE.- Se levanta la sesión.

(Son las 12:56).

RAÚL SENDIC Presidente

José Pedro Montero Secretario

Virginia Ortiz Secretaria

Adriana Carissimi Canzani Directora general del Cuerpo de Taquígrafos de la Cámara de Senadores

Control División Diario de Sesiones del Senado

Diseño División Imprenta del Senado

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Montevideo, Uruguay. Poder Legislativo.