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(Ingresa a Sala el doctor Omar França)

 

SEÑOR PRESIDENTE.- La Comisión recibe con gusto al doctor Omar França. Ante todo, le pedimos disculpas por la ausencia de los Senadores del Partido Colorado, quienes se encuentran en una reunión de Bancada de carácter urgente.

Por nuestra parte, teníamos entendido que el doctor França se haría presente junto con la doctora González, razón por la que habíamos asignado treinta minutos a la audiencia. Sin embargo, dado que se han presentado por separado, debemos informarle que solamente podemos concederle quince minutos, pues hay otra delegación convocada para la hora 13, y no desearíamos ser descorteses con nadie.

SEÑOR FRANÇA.- Si me lo permite, quisiera decir que, según tenía entendido, había sido invitado a este ámbito como Director del Instituto de Bioética de la Universidad Católica, y la doctora González no forma parte de dicha institución.

SEÑOR PRESIDENTE.- Bueno, pero a nosotros nos llegó la información por Secretaría.

SEÑOR FRANÇA.- Por mi parte, creo que la doctora González había solicitado ser recibida por la Comisión, en el entendido de que ella integra la Comisión que tiene a su cargo la Página Web dedicada a organizar a los ciudadanos para que opinen sobre el proyecto de ley a consideración. De cualquier manera, puedo dejar a los señores Senadores mi ponencia.

El progreso cultural de las civilizaciones va en el sentido de reconocer la igualdad radical de todos los individuos que son humanos y la prohibición del homicidio en cualquiera de sus formas. De ahí que nuestro pronóstico sea que en los próximos 50 años se terminará aboliendo las leyes que hoy autorizan el aborto, de la misma manera que en el siglo XIX se abolieron todas las leyes que autorizaban la esclavitud y las prácticas de lesa humanidad en cualquiera de sus formas.

En un momento en que es posible evitar, desde todo punto de vista, que las parejas recurran a la eliminación de la existencia de un individuo en gestación, el hecho de que algunas leyes lo autoricen, es un signo de atraso de la civilización, de barbarie, de primitivismo inhumano, de inmadurez ética y cultural. El aborto implica volver al tiempo en que la vida humana no valía más que una apuesta y en que bastaba una falsa acusación para lapidar a una mujer, sin someterla a un régimen de Derecho. Es volver a la época en que el infanticidio era decidido por los padres, sin que nunca interviniera la sociedad, porque ellos eran los "propietarios" del niño.

Creo que las generaciones del futuro no entenderán cómo en el siglo XX muchos países han autorizado el homicidio en los estadios iniciales de la vida, de la misma manera que nosotros no entendemos cómo nuestros antepasados, nuestros tatarabuelos podían tener esclavos en sus casas, a los que regalaban o vendían según las conveniencias del mercado.

El aborto es una señal de barbarie y no es un signo de progreso. En el pasado, el aborto fue una característica de civilizaciones primitivas que no reconocían otro derecho que el de la fuerza del poderoso sobre el débil. Sin embargo, ese espíritu de omnipotencia ante el débil, tan frecuente en culturas y civilizaciones del pasado, hoy día puede verse reivindicado por expresiones de algunas personas o grupos individualistas, al afirmar de forma unilateral que "las mujeres tenemos derechos reproductivos"; un derecho reproductivo que se proclama como unilateral de la mujer, y que busca cercenar el derecho a la vida de otra mujer -en sus inicios- que también puede estar en su vientre.

A diferencia de la fundamentación individualista o emotivista de algunos grupos de feministas radicales, la humanidad del futuro reconocerá que el progreso va en la línea de una sensibilización cada vez mayor de toda limitación de la violencia de los que ejercen el poder contra los débiles e indefensos.

El aborto es un método violento, sanguinario, cruento, traumático; no es un signo de ternura, de delicadeza, de respeto ni de amor. El aborto es un retroceso, no es un avance en la cultura ética humana.

Quienes hemos visto las técnicas del aborto sabemos que los fetos salen despedazados, que los cráneos son triturados por el aspirador, que la piel de los fetos abortados queda quemada por la solución salina. ¿Cómo va a ser eso señal de civilización?

Mientras los ecologistas se ocupan de salvar pingüinos en las costas uruguayas, o devolver a los montes a nuestros yacarés que están a punto de extinción; mientras la Intendencia Municipal de Montevideo gasta bastante dinero en salvar determinados árboles valiosos del ornato público cuando corren peligro de muerte; mientras todos coincidimos en que el progreso de la humanidad va en la línea de proteger la diversidad biológica, las bellezas de la naturaleza, y dejarle a las futuras generaciones una armonía ecológica al menos igual a la nuestra, protegiendo a los animales indefensos de los abusos de inescrupulosos, ¿cómo vamos a pensar que despedazar un feto con la cucharilla de raspado uterino o con la pinza de forceps es un adelanto de la civilización o una forma "humanista" de reconocer derechos sexuales y reproductivos, como claman algunos grupos feministas radicales que quieren imponer a los demás su emotivismo subjetivista e individualista contrario a los derechos humanos universales?

Las feministas radicales no buscan una sociedad solidaria, sino la supremacía de la mujer poderosa sobre el o la débil. Quieren sustituir el patriarcado por el matriarcado. Tanto una como otra ideología sexista es contraria a una concepción solidaria de la humanidad donde cada individuo vale por lo que es, no por la fuerza que tiene.

Por todo esto, la técnica del aborto es un signo del predominio de los instintos primitivos y de la barbarie quirúrgica. Es un signo del individualismo arbitrario y omnipotente de la mujer que se erige en dueña de lo que no es suyo, porque ningún niño o niña -dentro o fuera del vientre- es propiedad de nadie sino del género humano.

Por el contrario, proteger no sólo a los animales o plantas, sino a los seres humanos inocentes, es signo de humanismo y de progreso de la civilización.

El siglo XXI nos permitirá ir, en ese sentido, desenmascarando la mentalidad del superhombre que, en el caso de las feministas individualistas, se ha convertido en la mentalidad de la supermujer, tal como le hubiera gustado decir a Nieztche con su ideología de supremacía de las razas poderosas sobre las demás.

Me gustaría aludir a tres casos de infanticidio ocurridos en nuestro país, que fueron llevados a cabo por tres madres de veinte años y que dan la impresión de que estuviéramos en Esparta y no en el Uruguay. Son tres casos de infanticidio ocurridos en tres puntos del país.

El primer caso tuvo lugar el 17 de octubre de 2002 en Florida. Se procesó a Cono Caetano de 21 años, padre del pequeño Bryan, porque había tirado a su hijo con vida a un pozo negro cercano a la casa. La madre recuperó la libertad al declarar que dormía cuando sucedían los hechos. Eran las tres de la madrugada y la pareja, que pretendía tener relaciones íntimas, fue interrumpida por el llanto del pequeño. El padre lo golpeó con furia, lo creyó muerto y lo tiró en un pozo. El había pegado violentamente al niño cuando éste lloraba. De común acuerdo decidieron ocultar el cuerpo y denunciar el caso como si hubiese sido un secuestro. La mujer tenía igual responsabilidad que el hombre.

El segundo caso de infanticidio tiene que ver con Alexis Exequiel de tres meses y es casi una copia exacta de lo que sucedió en Florida. Sus padres vivían en la calle Rondeau y también estaban en la intimidad conyugal cuando el niño se puso a llorar. El padre le pegó fuerte y lo tiró al piso. Lo creyeron muerto y lo tiraron en un tacho de basura.

El último de los infanticidios que quisiera recordar sucedió en Las Piedras. Una mujer de veinte años dio a luz un niño y lo tiró por la ventana. Pese al brutal golpe, el niño cayó aún con vida y el hermano de la madre lo salvó. Fue llevado al hospital, pero murió poco después.

Traemos a consideración estos tres infanticidios, porque el tema del aborto -es decir, la eliminación de una vida humana del vientre materno- no tiene ninguna diferencia sustancial desde el punto de vista ético con el caso de estas tres madres y estos tres maridos que deciden matar a sus hijos por causas tan circunstanciales como la de no soportar su llanto o no querer cuidarlos. Esto hace que la fantasía de la antigua Esparta vuelva a nuestro recuerdo.

El asunto ético de crucial importancia cuando se trata del aborto, es decidir si las vidas de los individuos de la especie humana son iguales y merecen igual protección contra el homicidio. Ese es el punto. Si los seres humanos son iguales en dignidad, tal como lo afirma la Declaración Universal de Derechos Humanos, ¿qué fundamento tenemos para considerar que las vidas en los estadios iniciales de desarrollo no valen como humanas mientras que inmediatamente después de parido el niño, o al otro día de terminada la decimosegunda semana, sí vale en forma igual para todos?

Además, el descubrimiento reciente de las células totipotenciales del embrión humano -cuatro a ocho células podrían dar origen a tejidos de un individuo adulto, útiles para ser cultivados y trasplantados en lo que se llama clonado terapéutico- es una muestra más de cómo el individuo de la especie en sus estadios iniciales ya tiene los componentes genéticos necesarios y capaces para desenvolverse hasta la madurez si dispone de los solutos nutritivos y bioquímicos adecuados y se desarrolla en un medio idóneo.

En este sentido, si algunos científicos propugnan, de forma éticamente cuestionable, el derecho de clonar o copiar un individuo adulto para sacarle al embrión "copia" las células totipotenciales aptas para ser cultivadas y transplantadas al individuo adulto, es porque ese embrión ya de cuatro células dispone de los componentes genéticos exclusivamente individuales del adulto que le dio origen y cuyas características genéticas se han replicado de forma artificialmente idéntica.

No hay duda de que después de la primera división celular, las dos células iniciales tienen un componente genético idéntico entre sí y completamente distinto a sus dos progenitores y se corresponde ónticamente con un individuo nuevo y diferente de la especie humana. Su desarrollo depende del contexto apropiado, de la misma manera que un recién nacido necesita del contexto social y de la seguridad biológica para su desenvolvimiento como individuo de la especie humana.

Terminaremos exponiendo una idea similar a la expresada al comienzo de esta exposición. En los Estados Unidos destruir un huevo de águila se considera un delito ecológico y quien lo hace debe pagar una multa de U$S 500 por cada huevo de águila que haya roto. Coincidimos en que establecer este tipo de penas significa un avance de la civilización: no hay que destruir huevos de águilas. No hay dificultad en afirmar éticamente que defender esos huevos contra el poder de los seres humanos insensibles e inhumanos es un signo del progreso de la conciencia ética y ecológica de la humanidad. Esto es así. Sin embargo, preguntémonos cómo se puede considerar que un huevo humano es menos valioso que uno de águila; cómo conciliar, al mismo tiempo, dos imperativos éticos tan contradictorios. Por un lado, se pretende hacer valer y hacer creer que la destrucción de un huevo humano en el nido de su madre debe ser valorada como un avance o un progreso y, por otro, se dice que la destrucción de un huevo de águila en el nido de la montaña constituye un retroceso.

Es evidente que la justificación del aborto indica un retroceso hacia el primitivismo violento, no un avance. Es previsible, además, que en el transcurso del siglo XXI lleguemos a abolir definitivamente la práctica del aborto, de la misma manera que en el XIX se abolió la esclavitud y que a fines del siglo XX se comenzó a proteger a las águilas, a los yacarés y a millones de especies indefensas. Sólo falta que deseemos que, como alguien ha dicho, pase la hora de las brujas y venga la hora de las águilas protegidas. Las águilas protegidas también deben ser los fetos femeninos o masculinos en el nido de sus madres.

Muchas gracias. Es cuanto quería manifestar.

SEÑOR PRESIDENTE.- La Comisión de Salud agradece al doctor Omar França su exposición.

(Se retira de Sala el doctor Omar França)

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Montevideo, Uruguay. Poder Legislativo.